A Graciela, una joven madre de familia en 1980, le extrañaba escuchar el llanto de su bebé, aunque el mismo aún estaba en su vientre, por lo que se lo comentó a su mamá y a una amiga, quienes no le creyeron, sino que pensaron que todo era producto de su imaginación.
A pesar de esas opiniones, la muchacha en ese entonces de 23 años, lo platicó con su suegra, doña María, quien le contestó “este niño va a adivinar cosas”.
La mujer no se equivocaba, pues Tony, como lo conocen en "el bajo mundo (así les dice él a las colonias Victoria y Viveros de Nuevo Laredo, donde suele moverse día a día)", siempre ha tenido una intuición muy desarrollada, que solamente disminuye cuando "ando en estado depresivo", señala.
Su extraño don, con el cual nunca ha querido lucrar, aunque más de uno se lo ha aconsejado, le permite presentir graves peligros y saber el pasado y futuro de las personas, así como ver fantasmas y “demonios” internos, es decir, los peores pecados o crímenes de alguien a quien incluso acabe de conocer.
La primera vez que recuerda haber adivinado el futuro inmediato se dio cuando contaba con alrededor de 8 años y jugaba a “los monitos” en la tienda de abarrotes de sus abuelos, El Sol del Oriente.
Tony, quien gusta de levantarse antes del amanecer y tomar café con pan después de darse un baño fresco, platica que en aquella ocasión, mientras hacía pelear a sus juguetes sobre cajas volteadas de coca, miró una sombra densamente oscura sobre la pared que tenía justo enfrente.
¡¡¡Un asaltante, güelo!!!
En ese momento, don Ruperto, propietario del negocio, estaba abriendo la caja donde guardaba el dinero para dar cambios, cuando el joven maleante conocido como Santana, quien vivía por el barrio de la Santa Cruz, a unas pocas cuadras, saltó al otro lado del mostrador con toda la intención de hacerse con el dinero de las ventas del día del local.
No contaba con que don Ruperto, guanajuatense de poco menos de 60 años y aún con gran fortaleza física, ya estaba alerta gracias al grito de Toñito, uno de sus entonces cuatro nietos, por lo que agarró a Santana, lacra de la sociedad, por la playera, lo zarandeó y le dio una paliza a puño limpio que el sujeto no iba a olvidar en toda su vida, pues quedó con la cara sangrante e hinchada como un tomate pasado de maduro, tras lo que fue arrestado a los pocos minutos por las autoridades, que lo hallaron sin sentido tirado en el piso de la tienda.
¿Qué era esa sombra que miró Toñito? Hay quien puede pensar que un demonio de Santana, perdido por los vicios; tal vez la imaginación del niño, o que en ese momento pasaba un vehículo de grandes dimensiones por la avenida Moreno, donde se ubicaba la tienda de don Ruperto y su esposa doña Malena, pero… ¿cómo supo el pequeño que se aproximaba un malandro, tanto así que gritó con toda su fuerza, tal vez por un miedo ante su indefensión infantil, o para alertar a su abuelo de su corazonada?
Lo cierto es que esa fue el génesis, el inicio, de una larga serie de presentimientos del ahora hombre de poco más de 40 años, quien gusta de hacer carne asada con leña mientras toma cerveza en el patio de su casa, patio donde ha observado no pocas veces a “la Mona”, una mujer de ultratumba con vestido largo y cara cacariza que flota a medio metro del suelo, pero esa es otra historia.
(Los nombres de esta historia verídica han sido cambiados)