ARTÍCULO

Ambiente sano: derecho tardío

Escrito en OPINIÓN el

El reciente reconocimiento como un derecho humano a vivir en un medio ambiente seguro, saludable, limpio y sostenible por parte del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas se demoró, por lo menos, 73 años. Más de siete décadas en las cuales el daño ambiental ha galopado salvajemente. Dice el dicho, más vale tarde que nunca. ¿Será?
Y es que el 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, justo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, para no permitir jamás atrocidades como las sucedidas en ese conflicto. Basta recordar los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki, los cuales no sólo causaron miles de muertos, sino también los miles de sobrevivientes con efectos en la salud de largo plazo por la exposición a la radiación, además de la devastación y daño causado al ambiente y otros seres vivos.
Sí, por supuesto, está la Declaración de Estocolmo, aprobada por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, el 16 de junio de 1972, también conocida como la Primera Cumbre para la Tierra, en la cual se delinearon los principios para la conservación y el mejoramiento del medio humano, además de recomendaciones para la acción medioambiental internacional, porque se identificaron contaminantes peligrosos.
Y por primera vez, en Estocolmo, se planteó el tema del cambio climático, con la advertencia a los gobiernos para considerar aquellas actividades detonantes, así como evaluar las repercusiones sobre el clima a nivel global.
Pero los desastres ambientales provocados por la actividad humana siguieron. De menor a mayor grado de gravedad, se han registrado más de 300 derrames petroleros en altamar y en tierra. Qué decir de los accidentes nucleares como el de Chernóbil (26 de abril, 1986) o el de Fukushima, sí, como consecuencia del terremoto de magnitud 9 que sacudió a Japón el 11 de marzo de 2011, pero la decisión de verter el agua contaminada de la central japonesa es completamente humana. Los daños serían catastróficos.
Datos de Naciones Unidas indican que más de 13.7 millones de muertes al año en el mundo están relacionadas con el medio ambiente, como resultado de la contaminación del aire y la exposición a sustancias químicas. La contaminación plástica en los océanos es inacabable. Se han producido alrededor de ocho mil millones de toneladas de plástico en todo el orbe desde la década de 1950. Los científicos apuntan a que en 2050 habrá más plástico que peces.
Literalmente, el agua ha llegado al cuello.
No se trata sólo de reconocer a tener derecho a un medio ambiente seguro, limpio, saludable y sostenible, de hecho, como lo señala Amnistía Internacional, el derecho a un medio ambiente sano está legalmente reconocido en más del 80% de los Estados miembros de Naciones Unidas, a través de las constituciones, legislaciones y tratados internacionales, sino que, lo realmente imperante es que gobiernos y sociedades se hagan corresponsables de respetar y cumplir con ese derecho.
Por ejemplo, el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos dice que “toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”, pero hay millones con hambre que viven en pobreza y se han visto obligados a desplazarse, a dejar su hogar y jugársela en otra nación, como consecuencia de los efectos de la crisis climática y la degradación ambiental.
Los errores y las omisiones en materia ambiental y climática han tenido costos altísimos y algunos impactos son irreversibles, resultado de todas las actividades humanas que degradan el ambiente, destruyen biodiversidad y ecosistemas y generan una crisis climática que tienen en vilo toda manifestación de vida.
Todas las miradas apuntan hacia la COP26 de Glasgow, porque no hay lugar ni para los desacuerdos ni ambigüedades, pues deben alcanzarse cuatro objetivos urgentes: 1) caminar hacia las cero emisiones netas para 2050 y mantener el calentamiento en 1.5 grados centígrados; 2) proteger a las personas y la naturaleza de los efectos devastadores de la crisis climática; 3) movilizar el financiamiento, esos 100 mil millones de dólares al año que los países desarrollados se comprometieron para apoyar a las naciones en desarrollo y 4) trabajo conjunto para lograr estos objetivos.
Así que, en lo individual y colectivo, reconozcamos el compromiso que conlleva el derecho humano a un medio ambiente sano, pero también seamos exigentes para lograrlo, de lo contrario, podría llegar el momento en el que será muy tarde cambiar el rumbo.