PASADIZO SECRETO

¡Así era el otro Papagayo!

Escrito en OPINIÓN el

Su fachada parecía como si fuera parte de esos pueblos olvidados, tenía unas grandes puertas de entrada y casuchas a los lados, al frente estaba un enorme hotel con aspectos del siglo pasado, al que lo flanqueaba un portón de forja alto y muy pesado, sin ofender a nadie de ese sitio es hoy lo que le detallo, que por esos tiempos recuerdo que ¡así era el otro Papagayo!
La Chihuahua en ese tiempo de tráfico era muy lento, sin embargo, el cruzarla por las noches se tenía que estar muy atento, pues de turismo extranjero sí que se llenaba por completo, entonces el pasarla en esos tiempos era casi como un reto.
“Yo vivía por aquí cerca, pues soy de la colonia Guerrero, por lo mismo transitaba a diario por este barrio, ya que era muy “callejero”. Solía pasar por las noches enfrente de este turístico complejo, ¡fíjese!, era apenas un chiquillo y ese edificio ya se apreciaba viejo”.
La carnicería estaba allá por la vuelta al tomar la hoy llamada avenida Reynosa, era una oscuridad tremenda y pasada forzosa, al curiosear entre portones hacia adentro claramente de ahí se divisaban, unas caballerizas al fondo en donde lindos caballos a cada rato relinchaban.
Por la avenida Chilapa, hoy Lerdo de Tejada, sí que se miraba ese terregoso patio que un ranchito semejaba, los carros entraban y se estacionaban sin problema donde hubiera un espacio, uno a uno hacían fila, avanzando, pero muy despacio, para los vecinos el ruido era algo más que espantoso, pero por esos tiempos nadie protestaba, pues esa algarabía era tomado como algo hermoso.
Por la mañana el silencio hacía volver a la colonia a la normalidad, sólo los empleados de limpieza de ese lugar rondaban para hacer su actividad, unas chicas hermosas que en unos cuartos del interior ahí vivían, solían pagar buenas propinas por mandados que de la carnicería ellas pedían.
Pero en las tardes-noches el caminar por un lado y hacia atrás de dicho lugar, sí que no cualquiera lo hacía, pues el ambiente te hacía temblar, al fondo y pegado a la barda se localizaba una que parecía capilla, la que estaba rodeada de árboles altos y secos, pero sin ninguna ventanilla.
Sobre ellos le comento que se paraban unas aves grandes que no eran “papagayos”, sino pavorreales, los que al oscurecer se trepaban del techo de la capilla haciendo sonidos nada cordiales, entonces y por ahí al pasar sí que te hacían sudar esos atemorizantes animales.
Oiga, señor, lo he escuchado muy atento, pero ya lo veo como algo agitado y asustado, ¡venga! Siéntese un ratito en la sombra aquí a un lado, en verdad que es maravillosa su historia de nuestros antepasados, ese sitio, aunque en esos tiempos “prohibido”, no deben de ser olvidados.
Esta frontera debe conservar esa esencia natural de su legado, entonces y para que las narraciones sean perfectas, es el deber trasladar y no archivar uno a uno los extractos del pasado, así impulsar entre las nuevas generaciones eso que en otros tiempos aquí se vivió, justo con lo que Nuevo Laredo al día a día se forjó.