DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

La Serie Mundial que no fue

Escrito en OPINIÓN el

“Vamos al asiento de atrás”. Esa libidinosa sugerencia le hizo Verraco, hombre concupiscente y lúbrico, a la linda Susiflor. Se hallaban ambos en el automóvil que el salaz sujeto había conducido hasta el solitario y oscuro sitio llamado El Ensalivadero, al cual acudían por las noches las parejitas en plan húmedo. Se oían ahí continuos estridores que semejaban el canto de los grillos. No había tal: era el sonido que producían los zippers al abrirse. Susiflor le preguntó al labioso seductor: “¿Traes aspirinas?”. “No” -contestó Verraco, a quien sorprendió esa insólita pregunta. “Entonces no vamos” -declaró, terminante, la muchacha. Y no fueron, con lo que el erizado tipo quedó así, erizado inútilmente. La noche que siguió pasó lo mismo: “Vamos al asiento de atrás”. “¿Traes aspirinas?”. “No”. “Entonces no vamos”. E igual la tercera noche. Mohíno por tantos frustrados erizamientos Verraco le preguntó a la chica: “¿Por qué pides que traiga yo aspirinas como condición para ir al asiento de atrás del coche?”. Explicó Susiflor: “Porque siempre que lo hago ahí después me duele la cabeza”... Cierto tipo llegó a un antro y se sentó en la barra al lado de una hermosa mujer. A ella le llamó la atención ver que a cada rato el individuo consultaba su reloj. Le preguntó: “¿Esperas a alguien?”. “No -replicó el hombre-. Lo que pasa es que éste es un reloj profético. Me anuncia con anticipación lo que va a suceder. Por ejemplo, ahora me está diciendo algo con respecto a ti”. “¿De veras? -sonrió la bella dama-. ¿Qué te está diciendo?”. Repuso el individuo: “Me dice que no traes panties ni brassiére”. “Pues se equivoca -sonrió aún más ella-, porque si los traigo”. El hombre vio de nuevo su reloj. “Carajo -manifestó molesto-. Ha de estar adelantado”... Mis tristezas a veces son feroces, de ésas que muerden y arrancan el pedazo. Otras, en cambio, son tan leves que casi no son tristezas, sino sólo murrias o desabrimientos de ánimo. Ese modesto malestar sentí cuando los Dodgers de Los Ángeles fueron eliminados por los Bravos de Atlanta, y no llegaron por eso a la Serie Mundial. Mi talante caritativo, sin embargo, me hizo pensar: “Bueno: los habitantes de Atlanta y Georgia, entre ellos Vivien Leigh y su familia, sufrieron lo indecible cuando la Guerra de Secesión. Sus tataranietos necesitaban un consuelo así”. Tampoco estarán en la Gran Carpa los Medias Rojas de Boston, uno de los más legendarios y tradicionales equipos en la historia del beisbol. Yo quiero mucho a los Red Sox, aunque no tanto como a mis amados Yanquis, y le dedico un breve aplauso a la estatua de Ted Williams cada vez que paso junto a ella cuando asisto a un juego en Fenway Park. Espectáculo grandioso habría sido el enfrentamiento de los Dodgers contra los Medias Rojas. Pero en fin, no existe felicidad completa. Aun así veré en la tele cada uno de los juegos del clásico de otoño... “No te entiendo, Pitongo -le dijo la linda chica a su galán-. Le pediste mi mano a mis papás, y te la concedieron, pero desde entonces eso es lo único que no me has agarrado”... Grande fue la sorpresa de doña Gorgolota cuando llegó a su casa inesperadamente y sorprendió a su esposo en apretado consorcio de fornicio con la vecina de al lado. “¡Infame zorra, vulpeja inverecunda! -prorrumpió-. ¡Desatentada meretriz, aviesa mesalina!”. A pesar de lo barroco de esos términos interjectivos la vecina alcanzó a entender que la esposa de su coime la estaba insultando. Le dijo en tono de reproche: “Cómo eres injusta, Gorgolota. Mi marido está indispuesto, y yo te presté mi plancha cuando la tuya se te descompuso”... La historieta que pone hoy punto final a esta breve sucesión de cuentecillos no es para ser leída por personas con tiquismiquis de conciencia... Leovigildo, apuesto mancebo en flor de edad, casó con Claritina, ingenua y cándida doncella que nada absolutamente sabía de las cosas de la vida. La noche de las bodas se llevó a cabo el primer acto de amor, evento que la joven desposada disfrutó a plenitud no obstante su candidez e ingenuidad. Terminado el feliz trance ella observó la entrepierna de su maridito y luego le preguntó con acento desolado: “¿Qué, ya se acabó?”... FIN.
afacaton@yahoo.com.mx