DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Ingratitud

Escrito en OPINIÓN el

“¿Tiene condones de la marca Saltillo?”. Tal pregunta le hizo una exuberante dama al farmacéutico. Preguntó éste a su vez: “¿Se refiere usted a los de tamaño Super Extra Giant Magnum Supreme Grand Double King Size Plus?”. “Así es” -confirmó la mujer-. “Sí los tengo -dijo el de la farmacia-. ¿Se los muestro?”. Respondió ella: “No. Sólo quiero que me permita esperar aquí al hombre que venga a comprar uno”... Voy a hablar de mí mismo. Todo escrito de todo escritor es en alguna forma una autobiografía. Era yo estudiante de Preparatoria cuando un periódico de mi ciudad convocó a un concurso de poesía con motivo del Día de la Madre. Envié un poema. Grande fue mi sorpresa cuando me enteré de que había obtenido el primer lugar, y mayor cuando supe que el segundo se lo habían dado a quien era mi maestro de Literatura. Surgió un inconveniente: el periódico no podía publicar mi poema, pues contenía unos versos que de seguro escandalizarían. Los tales versos decían así: “De unos muslos dolientes broté con el rostro de sangre manchado. / Destrocé una virgínea cintura, / desgarré un vientre cálido, / y sembré en la materna pupila la amargura salobre del llanto...”. Eso de los muslos, de la sangre... El director me hizo una propuesta: me daría los premios en efectivo correspondientes al primer y segundo lugares, y publicaría como poema premiado el de mi profesor. Acepté la proposición, lo digo no sin pena. Debí haber defendido tanto la sangre como los muslos. Pero 150 pesos eran muchos pesos, suficientes para comprar una buena cantidad de platos de lentejas, y por ellos cambié mi primogenitura poética. Con el dinero invité a mis amigos, literatos todos, a una homérica parranda en la cantina del lujoso Hotel Coahuila, y ahí los sometí a la ordalía de escuchar mi poema. Después de todo yo era el que iba a pagar la cuenta. Al término de la lectura me aplaudieron cortésmente -sólo cortésmente-, y uno de ellos declaró: “Yo tengo un poema igual, pero mejor”. Entonces aprendí la verdad del aforismo según el cual si quieres conocer la verdadera gratitud debes conseguirte un perro... Al guardia del cementerio le llamó la atención ver a una mujer enlutada que se alejaba de una tumba caminando hacia atrás. Le preguntó por qué hacía eso. Explicó la señora: “Mi marido acaba de pasar a mejor vida. Siempre me dijo que mis pompas están como para revivir a un muerto, y no quiero que vaya a resucitar”... Loretela le dio la noticia a su galán: “Estoy embarazada. ¿Qué te gustaría que fuera?”. “Mentira”- contestó rápidamente el susodicho... Un vecino de Babalucas le contó. “El médico me dijo que tengo gonorrea”. “¡Uta! -se consternó el badulaque-. ¿Pos qué comiste?”... Pepito le preguntó a su padre: “¿Diosito te hizo a ti?”. “Sí, hijo” -respondió el papá. Volvió a inquirir el niño: “¿Y también me hizo a mí?”. “Sí, hijito. También a ti te hizo”. Tras una pausa aventuró Pepito: “Como que está aprendiendo a hacer mejor las cosas ¿no?”... Don Otelio recelaba de la fidelidad de su mujer. Le confió a un amigo: “Pienso que recibe a sus amantes en mi casa”. “Si eso crees -le indicó el otro-, yo tengo un loro que me cuenta todo lo que en mi casa sucede durante mis ausencias. Te lo presto. Sólo quiero que sepas que el pobrecillo nació sin patas”. Intrigado preguntó don Otelio: “Y entonces ¿cómo se sostiene en la percha?”. “Con su cosita -replicó el amigo-. La enreda en ella y de ese modo no se cae”. Llevó, pues, el cotorro a su casa el celoso marido y lo puso en la recámara. A su regreso por la noche el perico le dio el reporte: “Tu esposa recibió una llamada telefónica. Era una voz de hombre. Inmediatamente se desvistió y se tendió en el lecho como la Maja Desnuda de Goya”. “¿Y luego?” -preguntó ansiosamente don Otelio. “Luego ya no pude ver más -respondió el loro-. Con la excitación se me desenredó la cosita y caí al suelo”... FIN.