DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Madre a los 75 años

Escrito en OPINIÓN el

Escenario: la habitación 210 del Motel Kamagua. Personajes: don Algón, salaz ejecutivo, y Dulcibella, muchacha en flor de edad. Grande fue la sorpresa de la chica cuando al mirar en estado natural a su galán advirtió que tenía tatuado en cierta parte el dibujo de una cigüeña que llevaba en el pico el consabido envoltorio de un bebé. “No te fijes -le dijo don Algón a su pareja-. Es una idea de mi esposa para desanimar a mis amigas”... Impecunio fue a pedir la mano de su novia. El severo genitor le dijo: “Mi respuesta, joven, depende de su situación económica”. “¡Qué coincidencia, señor! -exclamó el galancete-. ¡Mi situación económica depende de su respuesta!”... Timoracio, doncel ingenuo y cándido, sufría de un mal cardiaco que lo aquejaba de continuo. Cierta noche fue en el automóvil de Pirulina, muchacha pizpireta, al alejado paraje llamado El Ensalivadero, cuya solitud y oscuridad eran propicias a las amorosas expansiones de las parejas en trance de ardimiento. Pirulina iba poseída por urentes ansias de erotismo, y tan pronto llegaron al lugar se precipitó sobre su compañero. “¡Piru! -le dijo él, alarmado-. ¡Piensa en mi corazón!”. Repuso la muchacha: “¡Tu corazón para nada lo voy a necesitar!”... Cierto señor comentó: “Mi esposa es una gitana”. Preguntó alguien: “¿Es hermosa, romántica y apasionada?”. “No -aclaró el señor-. Es una gitana porque cada vez que llego tarde a la casa me hace ver mi suerte”... El niñito le preguntó a su padre: “Papi: ¿cómo es la luna?”. El señor, extrañado, quiso saber: “¿Por qué me preguntas eso?”. Explicó el pequeño: “Es que oí a mi mami decir en el teléfono que tú no te das cuenta de nada; que siempre andas en la luna”... Noche de bodas. Al terminar el amoroso trance la flamante esposa de Meñico Maldotado le comentó: “Mi mamá me dijo que esta noche me darías una sorpresa muy grande y, la verdad, no me pareció tan grande”... Don Chinguetas iba a salir de viaje. “No te preocupes -tranquilizó a su esposa-. Regresaré cuando menos lo esperes”. Replicó doña Macalota: “Eso es precisamente lo que me preocupa”... Londres. 1940. Las bombas de la Luftwaffe hitleriana caían sobre la heroica ciudad, y las sirenas sonaban una y otra vez para anunciar a la población que debía guarecerse en los refugios. Se escucharon también aquella noche en que lord Highrump bebía sus copiosos whiskies en la biblioteca de su casa. James, el mayordomo, le avisó: “Milord: las sirenas”. Con tartajosa voz respondió el azumbrado señor al tiempo que se calaba el monóculo: “Que pasen”... Don Rugardo tenía 80 años, y 75 su esposa doña Pasita. Lo que pasó con ellos fue noticia que dio la vuelta al mundo. He aquí que el provecto señor embarazó a su mujer, y cumplido el término de gestación la señora dio a luz un robusto bebé de 4 kilos. (“Uno por cada vez” -acotaría orgulloso el feliz padre-). Jamás la ciencia médica había registrado un caso igual, y tampoco las demás ciencias. Cumplidos los 40 días del parto, según uso del pueblo, la numerosa parentela de los flamantes papás y los amigos de la familia en general fueron a la casa de los maduros cónyuges a fin de conocer al bebé. “Ahora se los traigo” -ofreció doña Pasita-. No lo hizo. “Esperen un poco” -les pidió don Rugardo-. Los visitantes se cansaron de aguardar. Después de transcurrida media hora uno de ellos preguntó, impaciente: “¿Por qué no traen al bebé?”. Con mucha pena explicó doña Pasita: “Es que no podemos recordar dónde lo dejamos”... FIN.