Main logo

Un parque de pueblo pequeño

Escrito en OPINIÓN el

El marido le preguntó a su esposa: “¿Siempre me has amado?”. Respondió ella: “Siempre”. “¿Siempre has pensado en mí?”. “Siempre”. “¿Siempre me has sido fiel?”. “¡Ay, Cucoldo! ¡Qué preguntón te has vuelto!”... En la cantina le dijo Empédocles Etílez a su amigo Astatrasio Garrajarra: “Ya deja de tomar. Te estás poniendo muy borroso”... Doña Acrimónica y doña Severia, socias de la Liga de la Decencia, fueron a la exposición artística y se detuvieron ante una pintura abstracta. La contempló largamente doña Acrimónica y le dijo a su compañera: “Estoy segura de que hay algo obsceno en este cuadro, pero no puedo determinar qué es”... Una señora le dijo a otra: “Mi marido es un ángel”. “Qué afortunada eres -la felicitó la otra-. El mío todavía vive”... Una chica le contó a su compañera de cuarto: “Por fin mi novio me propuso matrimonio”. “¿De veras? -se interesó la amiga-. ¿Cómo lo hizo?”. Respondió la chica: “Me dijo: ‘¿Te gustaría hacer esto todas las noches?’”... Mira el jardín municipal de este pequeño pueblo. En sus cuatro costados tiene rejas forjadas en estilo porfiriano, que es el estilo francés. Hay una puerta por el lado norte que el cuidador del parque abre a las 7 de la mañana y cierra a las 9 de la noche. En el jardín hay una fuente donde las niñas se miran como en un espejo y donde los niños echan a navegar barquitos de papel. Tiene también un kiosco en el cual una banda de música interpreta valses -“Alejandra”, “Recuerdo”, “Club Verde”- en la serenata de los jueves. Los señores y las señoras grandes escuchan esos valses y dicen invariablemente: “¡Hasta parece que me estoy casando!”. Las muchachas y los muchachos no hacen caso de la música. Ellas caminan por el andador que da la vuelta al parque, y ellos caminan en dirección opuesta. Al cruzarse él la mira a ella y ella lo mira a él. Se casarán. Pasará el tiempo; los valses volverán a oírse y él dirá, o dirá ella: “¡Hasta parece que me estoy casando!”. En tiempo de Cuaresma se cierra el parque, y nadie puede entrar en él, excepto el cuidador, que va a regar el césped y las plantas. Es que el parque es un lugar alegre, y en los 40 días cuaresmales no puede haber alegrías. Incluso en las casas las jaulas de los pájaros canoros -zenzontles, canarios, gorriones, clarines- son llevadas al traspatio a fin de que su canto no se escuche. Pero llega el Sábado de Gloria, y en las iglesias la Gloria se abre. Se abre también el parque, y se oyen otra vez los valses, y las muchachas y los muchachos se miran otra vez. Regresan a su lugar las jaulas de los pájaros, y su canto es el canto de la vida. Cosas de pasados tiempos son ésas que he narrado. Ahora, en medio de esta larga cuaresma de confinamiento que nos ha impuesto la pandemia, recordemos esa lección sencilla, pero eterna: la vida siempre vuelve a cantar... En la merienda semanal del Club de Damas doña Panoplia le comentó a doña Gules: “Tengo una pena muy grande. Pesqué a mi marido haciendo el sexo”. “¿Y eso te apena? -le dijo doña Gules-. Muchas del club pescamos a nuestro marido usando el mismo procedimiento”... El cliente del barbero se preocupó cuando el fígaro, al empezar a afeitarlo, le contó: “De joven quise ser cirujano, pero para eso se necesita tener buen pulso”... Esa mañana el deseo les llegó de pronto a aquellos recién casados, y poseídos por febricitantes urgencias de pasión consumaron su amor en el sitio menos indicado: la mesa de la cocina. En el curso del acto conyugal ella mostró habilidades supereminentes que más que de esposa parecían de hetaira, odalisca o hurí. Al término del trance el joven esposo exclamó arrobado: “¡Caramba, Dulcibella! ¡Y tu mamá decía que no eres buena en la cocina!”... FIN.