DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Error de recién casado

Escrito en OPINIÓN el

Don Chinguetas llegó a su casa en horas de la madrugada. Venía oliendo a jabón chiquito, el que se usa -me han contado- en los moteles de corta estancia o pago por evento. El casquivano señor empezó a desvestirse bajo la mirada inquisitiva de doña Macalota, su mujer. Se quitó el saco, la corbata, el pantalón, la camisa, los zapatos y los calcetines. Tal era toda la ropa que llevaba puesta. Su esposa le preguntó, feróstica y con involuntaria rima: “¿Y la camiseta y el calzón, caón?”. Don Chinguetas se alarmó. “¿Qué no los traigo? -preguntó con simulado azoro-. ¡Ah, estos rateros del Metro se vuelven cada día más hábiles!”... Un sujeto le dijo a otro hablando de un amigo común: “Es medio indejo”. “¿Medio? -repitió el otro-. ¿Qué ya lo partieron a la mitad?”... El sacristán le comentó al padre Arsilio: “Ese tío debe tener unos testículos enormes”. Sorprendido preguntó el buen sacerdote: “¿A qué tío te refieres, y qué enormes testículos son ésos?”. Contestó el rapavelas: “Mire usted, señor cura, lo que dice el periódico: ‘Los testículos del Tío Sam llegan hasta la Argentina’”. El párroco revisó el titular y le indicó al sacristán: “No leíste bien. La nota dice: ‘Los tentáculos del Tío Sam’”... El recién casado narró en la oficina a la hora del café: “Cometí un grave error después de mi noche de bodas. Al levantarme por la mañana, adormilado, me dejé llevar por la costumbre y le puse mil pesos en el buró a mi esposa”. “¡Caramba! -se consternó uno de los compañeros-. ¡Qué metida de pata!”. “Y eso no fue nada -completó, mohíno, el otro-. Mi mujer, también adormilada, vio los billetes y me dijo: ‘Pon 200 pesos más pa’l taxi, guapo’”... La joven recién casada era insaciable en el renglón del sexo. Le pedía a su maridito que hiciera obra de varón tres veces diarias: una temprano en la mañana, al despertar; otra por la tarde, a su llegada del trabajo, y la última después de cenar y ver la tele. El infeliz muchacho se veía ya exangüe y agotado, laso, abatido, exánime y escuchimizado. Cierto día, después de recibir el obligado tributo cotidiano, le dijo ella: “La próxima semana cumpliremos un mes de casados. ¿Qué quieres para celebrar la ocasión?”. Con voz casi inaudible respondió él: “Llegar”... Don Cucurulo y don Rugadito, señores de edad más que provecta, veían pasar a las lindas y airosas chicas vestidas con minifalda y blusitas de escote pronunciado. “Mire nomás, compadre -dijo don Cucurulo con suspiro lamentoso-. La revolución sexual en todo su apogeo, y nosotros ya sin parque”... Don Algón, gerente de una empresa, le pidió a su esposa, secretaria ejecutiva, que por favor le transcribiera en la computadora un texto. “¡Ah, no! -protestó ella-. ¡Bastante de eso tengo en la oficina para seguir con lo mismo aquí en la casa!”. Apenado y mohíno don Algón se aplicó él mismo a la tarea. Su esposa sintió remordimiento por la forma en que había tratado a su marido; fue y se le sentó, mimosa, en el regazo. “¡Ah, no! -la rechazó con enojo don Algón-. ¡Bastante de eso tengo en la oficina para seguir con lo mismo aquí en la casa!”... “¡Canalla! ¡Infame! ¡Sinvergüenza! ¡Descarado! ¡Traidor! ¡Vil!”. Todos esos sonoros adjetivos le espetó en rápida sucesión doña Macalota a su esposo don Chinguetas cuando lo sorprendió en el lecho conyugal en compañía de una mujer que no era ella. “¡Ay, Macalota! -replicó el casquivano marido en tono de reproche-. ¿Así me tratas en presencia de la visita?”... Una araña macho descendió por su hilo desde el techo de la alcoba hasta el tocador en desorden de una cierta dama. El arácnido se topó con una de sus pestañas postizas y de inmediato le preguntó con aviesa sonrisa de galán: “¿Qué hace una linda chica como tú en un lugar como éste?”... Un individuo que llevaba una canasta llamó a la puerta de la casa de Babalucas. Abrió éste, y el hombre de la canasta le dijo: “Vendo huevos”. Respondió el badulaque: “¡Bonito me iba a ver yo vendado de ahí!”... FIN.