DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Bancarrota

Escrito en OPINIÓN el

“Pongamos un congal”. Esa propuesta la hizo el secretario general del sindicato en sesión extraordinaria. “Como ustedes saben, compañeros -razonó-, nuestra organización atraviesa por una situación económica difícil, tanto que me veo precisado a sugerir que adoptemos algunas prácticas propias del capitalismo neoliberal, aunque sin hacer renuncia de nuestra ideología. Una casa de mala nota podrá ser una sustancial fuente de ingresos para nivelar mi... nuestra economía”. Se pasó a votación la iniciativa del compañero secretario, y fue aprobada por aclamación. De inmediato se formó una comisión encargada de poner en práctica la idea. Como presidente de la misma fue elegido el compañero Engelio, encargado del Comité de Festejos. Aquello terminó en desastre: a la semana de haberse establecido el congal quebró estrepitosamente y tuvo que cerrar sus puertas. El secretario general convocó a otra sesión extraordinaria y en ella, en presencia de la asamblea general, le pidió cuentas a Engelio. “¿Qué sucedió, camarada -le preguntó, severo-. ¿Por qué esa bancarrota?”. “No me la explico -respondió Engelio, aturrullado-. Los miembros de la comisión planeamos el negocio con el mayor cuidado”. “Quizás a la clientela no le gustó el local”, aventuró el secretario. “Imposible -dijo Engelio-. Era un palacete porfiriano de lo más lujoso”. “Sería la calidad de las bebidas”, arriesgó el jefe. “Tampoco -replicó el comisionado-. Las escogió un experimentado sommelier”. “¿Y las viandas que en la casa se ofrecían?”, preguntó el interrogador. “Eran de la más alta calidad -aseguró Engelio-. Las preparaba uno de los mejores chefs del mundo, poseedor de tres estrellas Michelin”. El secretario se rascó la cabeza, desconcertado. Inquirió, luego, vacilante: “¿No serían las sexoservidoras?”. “Menos aún -declaró el comisionado con firmeza-. Todas eran fieles sindicalistas desde hace por lo menos 40 años”... La profesora le preguntó a Pepito: “¿Dónde se firmó la Constitución de 1917?”. Sin temor a equivocarse contestó el chiquillo: “En la parte de abajo”... La esposa de don Cucoldo dio a luz un niño. El feliz señor le mostró a un amigo el bebé en su cunita y le dijo orgulloso: “Tiene la misma nariz de su padre”. “Magnífico -se alegró el amigo-. Eso te podrá servir para localizarlo”... “¡Otra vez borracho! -exclamó indignada ella-. ¡Y otra vez con necedades de ebrio! ¡No aguanto más! ¡Me largo de esta casa!”. Al día siguiente don Chinguetas le dijo a su esposa: “Parece que anoche se fue nuestra mucama”... En el bar un tipo le comentó a otro: “¿Le han dicho que tiene usted un enorme parecido con Brad Pitt?”. “Sí -respondió el otro-. Y eso es un problema para mí”. “¿Por qué?”, se sorprendió el primero. Explicó el otro: “Cada vez que voy al baño en un restorán el tipo que está al lado voltea y dice: ‘¡Brad Pitt!’. Y me moja todo ese lado del pantalón”... Lugar: el Ensalivadero, solitario sitio al que acuden por la noche las parejitas en plan de amor arrebatado. Protagonistas: Pirulina, muchacha sabidora, y Simpliciano, cándido joven sin ciencia de la vida. Llevado por los impulsos propios de su edad él ha olvidado las exhortaciones contenidas en los únicos libros que ha leído: “Energía y pureza”, “El joven de carácter” y “Sé sobrio”, los tres de monseñor Tihamér Tóth. Abrazó con vehemencia y besó con ansia loca a Pirulina; la abrazó con apasionamiento y la besó con vehemencia de enamorado. En el delirio de la pasión exclamó emocionado: “¡Piru! ¡No encuentro palabras!”. Le dijo la muchacha, terminante: “Y ahí donde tienes la mano menos las vas a encontrar”... FIN.