DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

El príncipe Minucio

Escrito en OPINIÓN el

Don Cucoldo llegó a su domicilio y encontró a su esposa en apretado episodio de libídine con un sujeto que para colmo era su compadre. Dolido y consternado el infeliz marido le preguntó con pesaroso acento al follador: “Compadre: ¿por qué me hace usted esto?”. “Compadrito -se defendió el otro-. A usted no le estoy haciendo nada”...

Dos comerciantes entablaron conversación en una playa. Relató uno: “Mi tienda se incendió, y me estoy gastando aquí el dinero del seguro”. “¡Qué coincidencia! -exclamó el otro-. Mi tienda fue destruida por un terremoto, y también me estoy gastando el dinero que me pagó la aseguradora”.

Tras una pausa preguntó el primero, cauteloso: “Oye: ¿cómo se provoca un terremoto?”... Pirulina, muchacha sabidora, casó con un miliciano. Pasado un tiempo sus amigas le preguntaron cómo le estaba yendo con su marido en el renglón del sexo. “No muy bien -confesó ella-. Cuando termina de hacerlo se da la media vuelta, y a mí me gusta más el paso redoblado”...

El Lic. Ántropo ganó un pleito judicial. Feliz y alegre le informó a su cliente: “¡Triunfó la justicia!”. Demandó con vehemencia el individuo: “¡Apele inmediatamente, licenciado!”...

El príncipe Minucio se disponía a consumar sus anheladas nupcias con la princesa Guinivére, cuya nívea mano ganó tras sostener mortal combate con el fiero dragón que asolaba la comarca. Ante la expectante mirada de la princesita dejó caer Minucio su bata, tejida en brocado de tres altos con seda de ocales, fimbria dorada y labor de brescadillo. Guinivére contempló con mirada crítica la mínima anatomía de su desposado y dijo luego usando lenguaje ciertamente impropio de una princesita: “¡Uta! ¡Si hubiera visto esto antes, mejor me habría ido con el dragón!”...

El médico le dijo a su paciente: “No me gusta su aspecto, señor Picio. Ese rostro cetrino, esa piel flácida, esos ojos apagados, ese rictus amargo en sus labios...”.

“¡Ay sí! -se enojó el individuo-. ¿Y a poco usté está muy bonito?”...

Don Senilio, otoñal caballero, solía visitar de tarde en tarde a la señorita Solicia Sinpitier, madura célibe.

Ella lo obsequiaba con una copita de rompope, le ofrecía ciruelas claudias y ponciles, lo invitaba a gustar las confituras y pastitas que -decíale- confeccionó ella misma, pero que en verdad había mandado hacer en la panadería de la esquina especialmente para la ocasión. En una de esas visitas don Senilio iba preocupado por ciertos detalles relativos a distancias en la historia de la expedición punitiva de Pershing contra Villa. Le preguntó a la señorita Sinpitier: “¿Sabe usted, querida amiga, cuánto mide la milla?”. “¡Por Dios, don Senilio! -se ruborizó Solicia-. ¿Ya va usted a presumir sus cualidades?”...

Decía una señora: “Las madres deberíamos cuidar la forma en que alimentamos a nuestros hijos cuando son bebés. Yo alimenté a mi hijo con botella, y me salió borracho”. “Es cierto -declaró otra-. Al mío yo le di de mamar, y me salió nini pensionado”... Doña Perleta oyó hablar de una médium que tenía el poder de convocar a los espíritus de los difuntos.

Ella había perdido recientemente a su marido, de modo que acudió al consultorio de la mujer con el propósito de establecer contacto con el finadito. La médium la condujo a una sala en penumbra adornada con toda suerte de emblemas esotéricos y funerarios; la hizo sentar frente a ella y le preguntó el nombre de su esposo. “Se llamaba Serenín -le informó doña Perleta-, pero todo el mundo le decía Nin”.

Tras de cobrar sus honorarios por adelantado la médium se puso en trance y empezó a llamar: “Nin... Nin...”. Transcurrió un minuto y la mujer le informó a la señora: “Ya está aquí el espíritu de su marido. Me dijo ¿Qué onda?’ y me pidió un cigarro”. Inquirió doña Perleta con angustia: “¿Dónde se encuentra mi querido Nin? ¿Está en el Cielo?”. “No lo sé exactamente -respondió la espírita-. Pero no me pidió ni cerillos ni encendedor”... FIN.

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