DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Cambia de peso tres veces al día

Escrito en OPINIÓN el

Doña Panoplia, dama de buena sociedad, amonestó a la joven y linda mucama de su casa: “Anoche vi cómo tu novio te besaba en lo oscurito”. “¡Oh no, señora! -se azaró la chica-. ¡Me besó nada más en los labios!”... “¡No huyan, cobardes!” -les grita el general a sus soldados. “No estamos huyendo, mi general -le aclara uno de los que corrían-. Ya que el mundo es redondo, vamos a caerle al enemigo por la espalda”... Sor Dina, la monjita más vieja del convento, admitía a veces al diablillo de la murmuración, y dejaba escapar críticas sobre sus hermanas. Hablando de Sor Bette dijo un día: “Es una tonta sin remedio. No tiene cura”... Don Cucurulo, señor de edad madura, se dirigió a su atributo de varón y le reclamó con acento lamentoso: “¿Por qué te moriste antes que yo, si somos exactamente de la misma edad?”... Celibardo, vecino de lugar pequeño, fue con el único médico que había en el poblado. Le dijo: “Mi esposa padece de retortijones. No pudo venir porque ahora tiene el dolor, pero me envió a pedirle una receta para su malestar”. Prescribió el facultativo: “Mañana, cuando cante el gallo, dele una de estas píldoras. Y a la llegada del lechero, que supongo es la hora en que despierta su señora, póngale una lavativa de agua tibia”. Al día siguiente el facultativo buscó a Celibardo y le preguntó si había aplicado el tratamiento. Dijo el hombre: “Batallé algo para hacer que el gallo se tragara la píldora, pero donde realmente tuve problemas fue al ponerle la lavativa al lechero”... Se toparon en la calle dos amigos que hacía tiempo no se veían. Uno le preguntó al otro: “¿A qué te dedicas ahora?”. Respondió el otro, satisfecho: “Soy asistente personal de Pomponona Tetonina, una vedette de carpa. Por 100 pesos diarios la ayudo en su camerino a vestirse y desvestirse”. “¿100 pesos? -se sorprendió el amigo-. No es mucho”. “Ya lo sé -admitió el otro-. Pero no puedo darle más”... Castalio, virtuoso mancebo, se prendó de una mujer de nombre Mesalina y le propuso matrimonio. “Imposible -respondió ella con franqueza-. Soy ninfómana”. Replicó Castalio: “Eso no me importa. Lo único que te pido es que me seas fiel”... Don Algón, magnate empresarial, no es hombre que se desconcierte fácilmente. Le sucedió, sin embargo, que una linda chica aceptó salir con él. Llamó entonces a su mujer y le dijo: “Esta noche voy a llegar a la casa después de medianoche”. Su desconcierto vino cuando la señora le preguntó: “¿Puedo contar de seguridad con eso?”... La palabra “bufete” casi no se emplea ya. Antes se llamaba así al despacho u oficina de los abogados. El director de la agencia de colocaciones le informó a la señora que solicitaba empleo: “El Lic. Ántropo necesita una persona que se encargue del aseo. Lo único que tendrá que hacer usted es limpiarle el bufete”. “¡Ah no! -protestó con enojo la mujer-. ¡Eso que se lo limpie él mismo!”... Babalucas le comentó a su vecino: “Voy a poner un negocio que a nadie se le ha ocurrido”. El otro se interesó: “¿Qué negocio es ése?”. Respondió con orgullo el badulaque: “Una sala de masajes de autoservicio”... Don Terebinto les contó a sus amigos algo que los sacó de onda. Les dijo: “Mi peso cambia tres veces al día. Por la mañana peso 600 kilos; por la tarde 75 y por la noche 150 gramos”. Antes siquiera de que alguno de los amigos pudiera decir: “No manches”, o cualquier otra expresión culterana semejante, don Terebinto se apresuró a explicar: “Es que por la mañana mi señora pregunta: ‘¿A qué horas se levantará este buey?’. Por la tarde exclama: ‘¡Cómo traga este marrano!’. Y por la noche me dice en la cama: ‘¡Méngache mi pichoncito!’”...  En la visita a su ginecóloga recibió Florilí una noticia interesante: estaba embarazada. “No me lo explico -acotó desconcertada-. Lo único que ha hecho mi novio es mirarme”. Opinó la ginecóloga: “Pues debe tener una mirada muy penetrante”... FIN.
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