PASADIZO SECRETO

La infancia de ese fugaz Nuevo Laredo

Escrito en OPINIÓN el

Remembrar como adultos lo que se hizo como niños es algo que de la mente no se puede borrar, por lo mismo esos recuerdos y ante cada acción por siempre se tienen que invocar, y cual si fuera una oración, una canción incluso un credo, esos bonitos momentos se hacen presentes sobre la infancia de ese fugaz Nuevo Laredo.
Entender que la preocupación en esa etapa de la vida no existía, solo inquietaba al saber que la señora de la esquina una vacuna en el hombro te ponía, que el llanto no cesaba desde la casa por esa banqueta estrecha, pero reconfortaba el tomar de la mano a una madre por su obligación satisfecha.
Un barrilito enfriado en hielo y un trozo de charamusca, era el premio por la obediencia aun fuera esa una acción brusca, que ese camino corto de ida se hacía de regreso tan largo, la conjugación del sueño y ese susto por la vacuna confortaban ese trayecto amargo.
El cajón de la ropa en un espacio de la compartida recámara era muy ancho, las trusas al lado izquierdo, los pantalones al medio y las playeras al otro lado al no alcanzar gancho, el costalito de canicas se resguardaba ahí por igual, las piedras de “agüitas” de colores en otro costal, los soldaditos y carritos de lámina, que emocionaban sus detallados interiores, tenían un privilegiado espacio como de esos monitos seleccionados como sus conductores.
A esa edad las malas noticias no existían, tampoco esos grandes temores, la televisión solo ofrecía programas que por igual veían los menores, pero si por algún motivo en una apasionante novela un beso amoroso sucedía, tan solo cubrías tus ojos y tapabas tus oídos… así no se escuchaba ni nada se veía.
Sobre la mesa nunca faltaba comida así fuera un pan blanco ya duro por el día, eso no preocupaba tampoco porque la madre no se sabe cómo pero siempre proveía, con los amigos se presumía que ese bolillo estaba lleno de aguacate ante la oscuridad a falta de faroles, pero ese manjar de niños en realidad estaba y tan solo embarrado de frijoles.
A los sueños tan solo llegaban esas pesadillas al desear tener esa bicicleta, la que no se concretaba al no obtener de la escuela una buena boleta, sin embargo, casi al llegar la Navidad en una tienda de remates, ahí estaba esa “bici” roja que nadie quiso al faltarle piezas que aceptabas sin entrar en debates.
Ese papalote te hacía ver cuán grande es el cielo, el volar como ese “cometa” era como flotar del mismo suelo, no existía preocupación alguna al sostener el hilo de ella, justo hasta cuando en aquel despoblado monte te cortaba esa botella, la herida, aunque era pequeña generaba sobre el niño un gran temor, el corazón palpitaba más por el regaño que por el dolor.
Hoy y con el amanecer del día, la gente se levanta con el temor, no se libera ni en sueños de ese gran dolor, la vida por lo mismo se está llenando de grandes y pesadas emociones, que poco a poco van minando, fulminando esos grandes y satisfactorios eventos propios de mayores, entonces sí que se desea volver a ser ese niño o niña en donde en sus mentes otra cosa no sucedía, que crear, convivir y tomar de la mano eso que no hacía daño, que llegaba y terminaba justo con el amanecer del día.