PASADIZO SECRETO

Esa historia de NLD que apenas ahí comenzaba

Escrito en OPINIÓN el

Por ese sitio y ante la caída de la noche, esas altas y delgadas palmas llenas de dátiles asomaban, pero ningún coche, por ahí; el traslado siempre había sido el mismo y nada atemorizaba, pero ese trasnochado andar marcaba esa historia de Nuevo Laredo que apenas ahí comenzaba.

El trayecto de esa Plaza Hidalgo a las 6:00 en punto, daba final a esa labor de ambulante para dirigirse al Morelos casi adjunto; el recorrido era rápido en ese triciclo; por lo mismo sonreía; la olla de tacos al vapor no importaba pues ya estaba vacía.

Frente al Morelos existían variadas cantinuchas, el agua del río Bravo aun reflejaba viejas casuchas, desde ahí la torre de la iglesia Santo Niño y la plaza no muy bien se apreciaban, pero los caballeros en esas cantinas el alcohol bien que ahí se tomaban.

De regreso la Acapulco hacia el sur no tenía buen trazo, por lo mismo las vueltas a las cuadras confundían el desplazamiento, pero al ya pasar frente a la escuela primaria el recorrido al ser derechito, se avanzaba y sin cautela.

La iluminación no existía ya que aun no había ni un poste, la avenida no era muy transitada pues apenas presentaba en tramos chapapote, el riel del tren por ahí justo atravesaba, una enorme plancha de concreto circular pasando una ancha calle se miraba.

El monte saludaba a ambos lados de esa naciente avenida, aún estaba despoblado, por lo mismo no había ahí mucha vida, pero sobre la hoy Guatemala ya se apreciaban casas de material y madera una tras una; sobre la esquina destacaba esa que tan solo brillaba con la luna.

Justo ahí, aquel nocturno taquero y después de su “ilusión” beberse, la señal de un siniestro hombre le ordenó de sorpresa detenerse, la piel se le enchinó y por la hora se asombra, más temor le invadió al ver en su rostro tan solo sombra.

Ese ente le insinuó al ambulante extender su brazo y abrir su mano, al instante le colocó dos antiguas monedas de quien pensó era un anciano, una túnica larga y negra cubrían su cuerpo entero, de pronto sintió que su mano le quemaba ese codiciado dinero.

Al soltar las monedas sobre el negro piso brillaban, pero levantarlas ya no quiso, y al volver la vista sobre ese personaje extraño, éste de inmediato desapareció ante sus propios ojos sin hacerle daño.

Al repetir su historia aquel humilde taquero de afueras del Cine Alameda, sucedido a don Juanito una noche en aquella aun vereda, solía agregar que a él se le había aparecido el espectro conocido como el “judío errante”, pues según la historia era quien depositaba monedas de oro en las manos del avaro y por el de las calles andante.

Las narraciones de apariciones, fantasmas y otras cuestiones son y han sido por siempre en Nuevo Laredo temas de conversaciones, sin embargo, quienes de esos extraños sucesos fueron testigos, no dudan ni un instante en corroborar como hechos ciertos ante sus innumerables amigos.