DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Viejito, pero buenito

Escrito en OPINIÓN el

La encuestadora le preguntó a un sujeto: “¿Cuál es el sentido que se le aguza más cuando está usted haciendo el amor con una mujer?”. La mayoría de las respuestas que recibía iban por el lado de la vista y el tacto, y aun había algunos que mencionaban el gusto (muy su gusto). Para sorpresa de la entrevistadora el tipo respondió: “El sentido que se me aguza más cuando estoy en la cama con una mujer es el del oído”. “¿Cómo es eso?” -se extrañó la muchacha. “Sí -confirmó el individuo-. Lo necesito para oír los pasos del marido”... Don Cucurulo, senescente caballero, cortejaba con discreción a la señorita Solia, célibe de muchos calendarios. Una tarde la invitó al cine. En la oscuridad de la sala le dijo ella a su cortejador: “Cucú: si va usted a ponerse atrevido apúrese, porque la película ya va a terminar”... El marido le preguntó a su esposa: “¿Siempre me has amado?”. Respondió ella: “Siempre”. “¿Siempre has pensado en mí?”. “Siempre”. “¿Siempre me has sido fiel?”. “¡Ay, Cucoldo! ¡Qué preguntón te has vuelto!”... En la cantina le dijo Empédocles Etílez a su amigo Astatrasio Garrajarra: “Ya deja de tomar. Te estás poniendo muy borroso”... Doña Acrimónica y doña Severia, socias de la Liga de la Decencia, fueron a la exposición artística y se detuvieron ante una pintura abstracta. La contempló largamente doña Acrimónica y le dijo a su compañera: “Estoy segura de que hay algo obsceno en este cuadro, pero no puedo determinar qué es”... Una señora le dijo a otra: “Mi marido es un ángel”. “Qué afortunada eres -la felicitó la otra-. El mío todavía vive”... Una chica le contó a su compañera de cuarto: “Por fin mi novio me propuso matrimonio”. “¿De veras? -se interesó la amiga-. ¿Cómo lo hizo?”. Respondió la chica: “Me dijo: ‘¿Te gustaría hacer esto todas las noches?’”...En la merienda semanal del Club de Damas doña Panoplia le comentó a doña Gules: “Tengo una pena muy grande. Pesqué a mi marido haciendo el sexo”. “¿Y eso te apena? -le dijo doña Gules-. Muchas del club pescamos a nuestro marido usando el mismo procedimiento”... El cliente del barbero se preocupó cuando el fígaro, al empezar a afeitarlo, le contó: “De joven quise ser cirujano, pero para eso se necesita tener buen pulso”... El cuentecillo que cierra hoy el telón de estos renglones pertenece a la categoría de aquellos que los americanos llaman ‘oldie but goodie’, viejito, pero buenito. Apareció aquí hace quizás una veintena de años, y sale de nueva cuenta para que lo conozcan mis nuevas generaciones de lectores... Don Soreco -su nombre nos lo dice- era corto de oído. Otras cortedades sufría el buen señor, pero no viene al caso mencionarlas, pues eso constituiría una invasión a su privacidad. En cierta ocasión asistió a un retiro espiritual. Al llegar supo que debería compartir su habitación con otro de los participantes en el piadoso evento. Estaba ya en el lecho la víspera del día en que iba a comenzar el ejercicio cuando entró a la alcoba el que sería su compañero de cuarto, un mozallón de estatura procerosa y músculos de herrero. “Dante Huerta”, se presentó cortés y urbano. “¿Qué dices, insensato? -prorrumpió hecho una furia don Soreco al tiempo que saltaba de la cama y cogía su paraguas para usarlo como arma defensiva-. ¡Por ningún motivo haré yo eso! ¡Antes muerto que deshonorado! ¡Vine aquí en busca de paz del alma y mortificación del cuerpo -sobre todo por la comida- y me topo con un degenerado, pervertido, depravado, corrompido, encanallado, envilecido y descarriado! ¡Largo de aquí, bergante, si no quieres que te entregue a la justicia humana, que la divina te alcanzará seguramente el día que ante ella comparezcas!”. Confuso y aturdido quedó el joven al escuchar aquella andanada de improperios y amenazas. “No entiendo, señor -atinó a balbucir con desconcierto-. ¿Por qué me dice usted todo eso? Yo lo único que hice fue darle mi nombre: Dante Huerta”. “¡Caray, muchacho, perdóname!” -se disculpó, apenado, don Soreco-. Soy un poco duro de oído, y lo que escuché fue: ‘Date vuelta’”... FIN.
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