COMPARTIENDO OPINIONES

¿Libres?

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Durante esta semana se celebra la consumación de la independencia. Particularmente me parece que esta fecha es más importante que el inicio de la independencia. Un proyecto se califica cuando es terminado, no cuando es iniciado, cuando, a pesar de todas las dificultades, logró ser consumado.
Pero ¿supimos ser libres? Por lo que podemos juzgar que ocurrió durante los siguientes 50 años, en los que México se empobreció aún más que en el tiempo de la colonia, cuando los conflictos, divisiones y ambiciones de la mayoría de los gobernantes y de muchos de los gobernados, fueron las características que dibujaban aquella época. La primera y más amarga lección que se aprendió fue que ser independiente no es tan fácil como quisiéramos, y que no hay nada más cómodo para muchos de nosotros que la dependencia hacia quien solucione los conflictos que nosotros no queremos resolver.
La libertad no es solamente responsabilidad del estado, sino de nuestras propias decisiones ¿de qué sirve vivir en un país libre cuando elegimos no serlo?
Hace pocos días, el papa, en su mensaje a los jóvenes en Budapest, les decía:
“La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto, del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. No estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de la vida una acción heroica. Todos ustedes tendrán en mente grandes historias, que leyeron en novelas, vieron en alguna película inolvidable, escucharon en relatos emocionantes. Si lo piensan, en las grandes historias siempre hay dos ingredientes: uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo. Siempre van juntos. Para hacer grande la vida se necesitan ambos: amor y heroísmo. Por favor, no dejemos pasar los días de la vida como los episodios de una telenovela.
Por eso, cuando sueñen con el amor, no crean en los efectos especiales, sino en que cada uno de ustedes es especial, cada uno de ustedes. Cada uno es un don y puede hacer de la propia vida un don. Los otros, la sociedad, los pobres, los esperan. Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá del maquillaje, más allá de las tendencias de la moda. Sueñen sin miedo de formar una familia, de procrear y educar unos hijos, de pasar una vida compartiendo todo con otra persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades, porque está él, o ella, que los acoge y los ama, que te ama así como eres. Eso es el amor, amar al otro como es, y eso es hermoso. Los sueños que tenemos nos hablan de la vida que anhelamos. Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el viaje transgresor. No escuchen a quien les habla de sueños y en cambio les vende ilusiones. Una cosa es el sueño, soñar, y otra tener ilusión. Los que venden ilusiones hablando de sueños son manipuladores de felicidad. Hemos sido creados para una alegría más grande, cada uno de nosotros es único y está en el mundo para sentirse amado en su singularidad y para amar a los demás como ninguna otra persona podría hacer en su lugar. No se trata de vivir sentados en el banquillo para reemplazar a otro. No se dejen “homologar”; no fuimos hechos en serie, somos únicos, somos libres, y estamos en el mundo para vivir una historia de amor, de amor con Dios, para abrazar la audacia de decisiones fuertes, para aventurarnos en el maravilloso riesgo de amar.
Hoy se corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa. Lo que vemos en internet nos puede llegar rápidamente a casa, basta un clic y personas y cosas aparecen en la pantalla. Y luego resulta que se vuelven más familiares que los rostros de quienes nos han engendrado. Llenos de mensajes virtuales, corremos el riesgo de perder las raíces reales. Desconectarnos de la vida, fantasear en el vacío no hace bien, es una tentación del maligno. Dios nos quiere bien plantados en la Tierra, conectados a la vida, nunca cerrados sino siempre abiertos a todos. Enraizados y abiertos”.
Sí, es verdad, pero —me dirán ustedes— el mundo piensa de otro modo. Se habla mucho de amor, pero en realidad rige otro principio: que cada uno se ocupe de lo suyo. Queridos jóvenes, no se dejen condicionar por esto, por lo que no funciona, por el mal que hace estragos. No se dejen aprisionar por la tristeza, por el desánimo resignado de quien dice que nunca cambiará nada. Si se cree en esto uno se enferma de pesimismo. ¿Y ustedes han visto la cara de un joven pesimista? ¿Han visto qué cara tiene? Una cara amargada, una cara de amargura. El pesimismo nos enferma de amargura. Se envejece por dentro. Y se envejece siendo jóvenes. Hoy existen muchas fuerzas disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, amplificadores de negatividad, profesionales de las quejas. No los escuchen, no, porque la queja y el pesimismo no son cristianos. No estamos hechos para ir mirando el piso, sino para elevar los ojos y mirar al cielo, a los otros y a la sociedad.”
Hasta aquí el mensaje. Tristemente la lección del siglo XIX, la vamos repitiendo en este siglo XXI, en el que las divisiones y resentimientos son más comunes que los deseos de construir una sociedad mejor. Si no queremos que se repita la historia, es indispensable cambiar de estrategia. No es fácil ser libre, pero para hacerlo con inteligencia y determinación, usted tiene la última palabra.
padreleonardo@hotmail.com