DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

La visita al doctor

Escrito en OPINIÓN el

Doña Rosa, la mujer de don Abundio, jura y perjura -”por ésta”- que lo que cuenta de su marido es cierto. Él, encrespado, niega todo; la llama “vieja habladora” y asegura que las historias que su esposa narra son una vil mentira. Anoche, en la sobremesa de la cena en la antigua casona del Potrero, doña Rosa contó la última de don Abundio. Dice que el viejo empezó a sufrir ciertas incomodidades en la parte posterior, molestias que nunca antes había sentido y para las cuales no hallaba explicación. Consultó el caso con el pasante de Medicina que hacía su servicio social en el ejido, y éste le sugirió que fuera a Saltillo o Monterrey a la consulta de un proctólogo. Posiblemente, le indicó, su problema residía en la próstata. Ya estaba en edad, añadió, de tener esos problemas. Don Abundio le preguntó qué era eso de la próstata, y qué le iba a hacer el tal proctólogo. El joven médico le explicó pacientemente lo de la próstata, y en seguida le describió lo que el especialista le iba a hacer: le iba a introducir a fondo un dedo por el orificio posterior, y con el dedo le iba a hacer una completa exploración de la cavidad anal. “¡Ah no! -rechazó, vehemente, don Abundio-. ¡Con ese médico no voy!”. “¿Por qué?” -le preguntó el pasante. Replicó el viejo: “Porque ya me dijo usted lo que va a hacerme allá atrás, y a mi edad no quiero arriesgarme a agarrar calores nuevos”... Doña Macalota recelaba de la conducta de su esposo, don Chinguetas. Sus sospechas tenían fundamento: cada noche el casquivano señor regresaba a su domicilio oliendo a jabón chiquito, que es el usado en los moteles de paso. Una noche lo siguió hasta la taberna donde bebía con sus amigos. Quería hacerlo caer en una trampa. Dentro de su automóvil la señora se disfrazó de sexoservidora. Vistió blusa con escote que llegaba casi al suelo; falda breve y ajustada; medias de malla; zapatos de tacón aguja y una boa de plumas color fiucha. Se caló una peluca rubia y tomó una bolsa bordada con chaquira y lentejuela. Cuando su esposo salió de la cantina haciendo más eses que las que tiene el Issste, doña Macalota se le acercó, insinuante, y le propuso con melosa voz: “¿Te gustaría pasar conmigo un agradable rato, guapo?”. “¡Ni de broma! -respondió al punto don Chinguetas-. No sé por qué, pero me recuerdas a mi mujer… Lord Feebledick descubrió que su mayordomo James estaba sustrayendo una botella de whisky por semana de la cámara donde se guardaban los licores. Le hizo saber que conocía sus robos. “¡Milord! -se ofendió el tal James-. ¡Provengo de honradas familias inglesas!”. “Podrá ser -admitió lord Feebledick-. Lo que me preocupa es su extracción escocesa”… “-¡Ando de suerte! -dice Babalucas a sus amigos-. ¡Regresé anoche de un viaje y apenas llegué me encontré un reloj de hombre!”. -¿En el aeropuerto?” -le pregunta uno-. “-¡Mejor todavía! -dice alegremente Babalucas- en el buró de mi recámara!”… Se necesitaba dinero para ampliar la iglesia, y el párroco convocó a una reunión con sus feligreses. Fueron los señores más notables, los pilares de la comunidad, acompañados por sus esposas. Y, para embarazo general, asistió la más prominente madama del pueblo, la dueña de la más conocida casa de mala nota en la ciudad. Cuando el señor cura dijo que necesitaba 20 mil pesos para echar a andar las obras la madama se puso en pie: “-Yo ofrezco esa cantidad” -dijo sin vacilar-. Un murmullo de disgusto corrió entre los asistentes. “-Hija mía -dice el sacerdote con cierta pena a la mujer-. Tomando en cuenta el origen de ese dinero no sé si lo pueda aceptar”. “-Acéptelo, padre -dice sin molestarse la madama-. Y si quiere añadirle algo hágalo, porque de todos los hombres que aquí están usted es el único que no ha contribuido para integrar la suma”. FIN
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