DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

El jardín de las delicias

Escrito en OPINIÓN el

Sor Bette, la directora del colegio, paseaba por el huerto del plantel cuando escuchó suspiros, ayes contenidos y unas como quejas o gañidos de amor. Se dirigió al rincón de donde esos inusitados ruidos provenían y se topó con un espectáculo que la dejó sin habla: Pirulina, una de las jóvenes alumnas del plantel, yacía en posición supina sobre el césped, y en esa antigua postura recibía las atenciones de un mancebo que seguramente había escalado la tapia para llegar a su jardín de las delicias, como siglos antes hicieron Calixto con Melibea y Romeo con Julieta. Antes de que la estupefacta monjita pudiera pronunciar palabra le dice alegremente Pirulina: “-¡Tenía usted razón, sor Bette! ¡Hay muchas cosas que las muchachas podemos hacer para divertirnos sin necesidad de fumar, ingerir bebidas alcohólicas o ir a los bailes!”… Mordelón fue el beso que la amiguita del viajero le dio la víspera de su regreso a casa. Se lo dio en el cuello, pasional como era, de modo que le dejó una marca imposible de cubrir. Se torturaba el seso Mercuriano -tal era el nombre del sujeto- pensando en la manera de explicar a su mujer esa indeleble huella. Cuando lleno de inquietud llegó a su domicilio vio el cielo abierto: en el jardín del frente andaba jugueteando su hijo más pequeño. Fue hacia él y sin decir palabra le propinó un fuerte pescozón. El pobre niño lanzó un grito de dolor. Al oírlo salió la madre, alarmada. Vio a su esposo y le preguntó: “¿Qué le pasó al niño?”. “Anda -replicó Mercuriano fingiendo gran enojo-. Me alegró verlo al regresar del viaje. Lo tomé en mis brazos; le pedí que me diera un beso. Y en vez de dármelo me mordió el cuello. Mira cómo me lo dejó”. “Hiciste bien en castigarlo -dijo la señora-. No sabes cómo me tiene a mí el busto, las pompas y los muslos”... Lord Pricko, famoso explorador inglés, iba por la jungla en compañía de su esposa cuando de pronto surgió de entre los matorrales un enorme gorila que sin siquiera presentarse formalmente tomó a la señora en sus membrudos brazos y se internó con ella en la espesura. La asustada mujer alcanzó a gritarle a su marido: “¿Qué hago, Pricko? ¿Qué hago?”. “Haz lo que conmigo -le aconsejó milord-. Dile que te duele la cabeza”. (Nota. Inútil consejo. Los gorilas no saben de migrañas, cefalalgias o jaquecas, según demostraron fehacientemente Dian Fossey y Louis Leakey. Los primates a lo suyo, y punto)... Don Rugadito, señor de edad bastante madura, fue a confesarse con el padre Arsilio. “Acúsome, padre -le dijo-, de que anoche estuve con una muchacha y le hice el amor tres veces seguidas”. “De penitencia -le indicó el buen sacerdote- rezarás 10 padrenuestros y 10 avemarías”. Exclamó con alegría y emoción don Rugadito: “¿Entonces usted sí me lo cree, padre?”... El agente de seguros empleó toda su elocuencia a fin de convencer a cierto señor de que comprara uno de vida. Le preguntó: “¿Qué hará su esposa cuando emprenda usted el viaje que no tiene retorno?”. Contestó el señor; “Supongo que hará exactamente lo mismo que hace ahora cuando emprendo viajes que sí tienen retorno”... Babalucas, empleado de hotel, le preguntó al turista: “¿Su nombre?”. Respondió el visitante: “John O’Leary”. Babalucas se impacientó. “¿Por fin?”... La joven esposa fue con el ginecólogo. Le dijo que llevaba ya un año de casada. Quería tener familia, pero no lograba un embarazo. A fin de hacer el examen correspondiente le pidió el facultativo: “Quítese su prenda íntima, por favor, y acuéstese en la camilla”. “Está bien, doctor -se resignó ella-. Pero me habría gustado que el bebé fuera de mi marido”... Conocemos de sobra al tal Jactancio. Sujeto presuntuoso, pocos hay tan ególatras y narcisistas como él. De todo presume. En el bar comentó ante sus amigos. “Mi mujer se viste muy bien”. “Sí -confirmó uno de los presentes-. Pero muy despacio”... FIN.
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