COMPARTIENDO OPINIONES

Haitianos

Sé libre en tu oración, ¡no encarceles tu oración en los esquemas preconcebidos! La oración debe ser así, espontánea, como esa de un hijo con el padre, que le dice todo lo que le viene a la boca porque sabe que el padre lo entiende.

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Tengo tres semanas escuchándolos en el patio de la parroquia: decenas de haitianos pasan el día lavando su ropa, preparando comida, reposando de las horas de vigilia que pasan por las noches, al dormir en condiciones difíciles. Por otro lado, he sido también testigo de la generosidad de muchas personas que no pasan de largo y se detienen para ayudar, haciendo menos pesada su estadía.
Pero, también me sorprende su estado de ánimo. A pesar de todas las circunstancias adversas, su moral no ha decaído. Charlan y tienen esperanza. No se les ve deprimidos ni resentidos. Tienen sus limitaciones, es obvio, pero no dejan que el pesimismo inunde su corazón. ¿Cómo le hacen? Y yo me pregunto, si estuviera en su situación ¿me comportaría igual?
Cínicamente, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche calificaba la esperanza, no como una virtud, sino como un defecto, cuya finalidad era el adormecernos ante el deseo de un futuro mejor que sabemos que no vendrá. Una mentalidad muy parecida al hombre de hoy, que ante las dificultades de la vida, se oculta detrás de conductas que rebajan su dignidad.
La semana pasada, el Papa hablaba del tema de Job, en el que el sufrimiento y las situaciones injustas lo agobian, de tal manera, que le hacen perder la esperanza. Entre otras cosas, dijo lo siguiente:
“A veces yo encuentro gente que se me acerca y me dice: “Pero, Padre, yo he protestado contra Dios porque tengo este problema, ese otro…”. Pero, sabes, que la protesta es una forma de oración, cuando se hace así. Cuando los niños, los chicos protestan contra los padres, es una forma de llamar su atención y pedir que los cuiden.
Si tú tienes en el corazón alguna llaga, algún dolor y quieres protestar, protesta también contra Dios, Dios te escucha, Dios es Padre, Dios no se asusta de nuestra oración de protesta, ¡no! Dios entiende. Pero sé libre, sé libre en tu oración, ¡no encarceles tu oración en los esquemas preconcebidos! La oración debe ser así, espontánea, como esa de un hijo con el padre, que le dice todo lo que le viene a la boca porque sabe que el padre lo entiende. El “silencio” de Dios, en el primer momento del drama, significa esto. Dios no va a rehuir la confrontación, pero al principio deja a Job el desahogo de su protesta, y Dios escucha. Quizá, a veces, deberíamos aprender de Dios este respeto y esta ternura. Y a Dios no le gusta esa enciclopedia —llamémosla así— de explicaciones, de reflexiones que hacen los amigos de Job. Eso es jugo de lengua, que no es adecuado: es esa religiosidad que explica todo, pero el corazón permanece frío. A Dios no le gusta esto. Le gusta más la protesta de Job o el silencio de Job.
¡Cuánta gente, cuántos de nosotros después de una experiencia un poco mala, un poco oscura, da el paso y conoce a Dios mejor que antes! Y podemos decir, como Job: “Yo te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos, porque te he encontrado”. Este testimonio es particularmente creíble si la vejez se hace cargo, en su progresiva fragilidad y pérdida. ¡Los ancianos han visto muchas en la vida! Y han visto también la inconsistencia de las promesas de los hombres. Hombres de ley, hombres de ciencia, hombres de religión incluso, que confunden al perseguidor con la víctima, imputando a esta la responsabilidad plena del propio dolor. ¡Se equivocan!”.
Siempre será fácil quejarse, o de asustarnos con un futuro sombrío del cual, ni siquiera estamos seguros de que llegue. Aprendamos de los haitianos y no dejemos que sea nuestro pesimismo quien decida cómo debe de ser nuestro comportamiento. Pero en ello, como siempre, usted tiene la última palabra.
padreleonardo@hotmail.com