COMPARTIENDO OPINIONES

Las madres descartadas

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Conforme se acerca el Día de las Madres, solemos revisar la manera en que les rendiremos homenaje, pero siempre habrá que preguntarnos cómo las tratamos, especialmente cuando llegan a la ancianidad. Hace pocos días, el Papa daba su opinión sobre la manera en que tratamos muchas veces, a estas ancianas:
“Cuántas veces hemos escuchado o hemos pensando: ‘Los ancianos molestan’; lo hemos dicho, lo hemos pensando… Las heridas más graves de la infancia y de la juventud provocan, justamente, un sentido de injusticia y de rebelión. Y así los ancianos son un poco alejados también de nuestra experiencia: queremos alejarlos.
“El camino de honrar a las personas que nos han precedido empieza aquí: honrar a los ancianos.
“Este amor especial que se abre, el camino en la forma del honor -es decir, ternura y respeto al mismo tiempo- destinado a la edad anciana está sellado por el mandamiento de Dios. ‘Honrar al padre y a la madre’ es un compromiso solemne, el primero de la ‘segunda tabla’ de los diez mandamientos. No se trata solamente del propio padre y de la propia madre. Se trata de la generación y de las generaciones que preceden, cuya despedida también puede ser lenta y prolongada, creando un tiempo y un espacio de convivencia de larga duración con las otras edades de la vida. En otras palabras, se trata de la vejez de la vida.
“Honor es una buena palabra para enmarcar este ámbito de restitución del amor que concierne a la edad anciana. Es decir, nosotros hemos recibido el amor de los padres, de los abuelos y ahora nosotros les devolvemos este amor a ellos. Nosotros hoy hemos descubierto el término ‘dignidad’, para indicar el valor del respeto y del cuidado de la vida de todos. Dignidad, aquí, equivale sustancialmente al honor: honrar al padre y a la madre, honrar a los ancianos y reconocer la dignidad que tienen.
“Pensemos bien en esta bonita declinación del amor que es el honor. El cuidado mismo del enfermo, el apoyo a quien no es autosuficiente, la garantía del sustento, pueden carecer de honor. El honor desaparece cuando el exceso de confianza se convierte en rudeza. Cuando la debilidad es reprochada, e incluso castigada, como si fuera una culpa. Cuando el desconcierto y la confusión se convierten en un pretexto para la burla y la agresividad. Puede suceder incluso entre las paredes domésticas, en las residencias, como también en las oficinas o en los espacios abiertos de la ciudad. Fomentar en los jóvenes, una actitud de suficiencia -e incluso de desprecio- hacia la edad anciana, sus debilidades y su precariedad, produce cosas horribles. Muchas veces pensamos que los ancianos son el descarte o los ponemos nosotros en el descarte; se desprecia a los ancianos y se descartan de la vida, dejándoles de lado.
“Este desprecio, en realidad nos deshonra a todos nosotros. Si yo deshonro al anciano me deshonro a mí mismo. Debemos hacer de todo, ofreciendo mejor apoyo social y cultural a aquellos que son sensibles a esta decisiva forma de ‘civilización del amor’. Y sobre esto, me permito aconsejar a los padres: por favor, acerquen a los hijos, a los niños, a los hijos jóvenes a los ancianos, acercarles siempre. Y cuando el anciano está enfermo, un poco fuera de sí, acercarles siempre; que sepan que esta es nuestra carne, que esto es lo que ha hecho que nosotros estemos aquí ahora.
“Os digo una cosa personal: a mí me gustaba en Buenos Aires, visitar las residencias de ancianos. Iba a menudo y visitaba a cada uno. Recuerdo una vez que pregunté a una señora: ‘¿Usted cuántos hijos tiene?’. ‘Tengo cuatro, todos casados, con nietos’. Y empezó a hablarme de la familia. ‘¿Y ellos vienen?’. ‘¡Sí, vienen siempre!’. Cuando salí de la habitación la enfermera, que había escuchado, me dijo: ‘Padre, ha dicho una mentira para cubrir a sus hijos. ¡Desde hace seis meses no viene nadie!’. Esto es descartar a los ancianos, es pensar que los ancianos son material de descarte. Por favor, es un pecado grave. Este es el primer gran mandamiento, y el único que indica el premio: ‘Honra al padre y a la madre y tendrás vida larga en la tierra’. Este mandamiento de honrar a los ancianos nos da una bendición, que se manifiesta de esta manera: ‘Tendrás larga vida’. Por favor, cuiden a los ancianos. Y si pierden la cabeza, cuídenlos también porque son la presencia de mi familia, y gracias a ellos yo estoy aquí, lo podemos decir todos: gracias a ti, abuelo y abuela, yo estoy vivo. Por favor, no los dejen solos”.  
El trato que les damos a nuestras madres, cuando están ancianas, cuando se sienten débiles y desvalidas, es el mejor regalo que podemos darles: ¡no las olvidemos! Pero, en ello, como siempre, usted tiene la última palabra.
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