COMPARTIENDO OPINIONES

El fracaso de los padres

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Esta semana se recuerda el Día del Padre. Un día sin el fulgor del Día de la Madre, pero que no nos debe de hacer olvidar la importancia de los padres en la sociedad. Es indispensable.
Tristemente, las grandes dificultades de la vida han sido para ellos agobiantes, en las que muchas veces son los reproches, y no los reconocimientos, los que tienen que escuchar.
Por eso, para aquellos que se sienten así, quiero dirigir las palabras que pronunció el Papa en la pasada fiesta del día 5, en que celebramos la llegada del Espíritu Santo:
“El Espíritu nos sugiere el mejor camino a recorrer. Por eso es importante saber discernir su voz de la del espíritu del mal. Las dos voces nos hablan, tenemos que aprender a discernir para saber dónde está la voz del Espíritu, para reconocerla y seguir su camino, seguir lo que Él nos está diciendo.
“Pongamos algunos ejemplos: el Espíritu Santo nunca te dirá que en tu camino va todo bien. Nunca te lo dirá porque no es verdad. No, te corrige, te lleva también a llorar por los pecados y te anima a cambiar, a combatir contra tus falsedades e hipocresías, aun cuando eso implique esfuerzo, lucha interior y sacrificio.
El mal espíritu, en cambio, te empuja a hacer siempre lo que te guste y lo que quieras; te lleva a creer que tienes derecho a usar tu libertad como te parezca. Pero después, cuando te quedas vacío interiormente y cuando tú te quedas con el vacío dentro, te acusa. El espíritu malo te acusa, se convierte en el acusador, te tira por tierra y te destruye.
El Espíritu Santo, que te corrige a lo largo del camino, nunca te deja tirado en el suelo, sino que siempre te toma de la mano, te consuela y te alienta.
“Cuando veas que la amargura, el pesimismo y los pensamientos tristes se agitan dentro de ti, cuando suceden estas cosas es bueno saber que eso nunca viene del Espíritu Santo. Nunca las amarguras, el pesimismo, los pensamientos tristes vienen del Espíritu Santo.
“Vienen del mal, que se siente cómodo en la negatividad y usa a menudo esta estrategia: alimenta la impaciencia, el victimismo, hace sentir la necesidad de autocompadecernos.
“Con él viene la necesidad de reaccionar a los problemas criticando, y echando toda la culpa a los demás. La queja es el lenguaje del espíritu del mal, que nos lleva a lamentarnos, nos entristece y nos contagia de un espíritu de cortejo fúnebre. Las quejas.
“El Espíritu Santo, por el contrario, nos invita a no perder nunca la confianza y a volver a empezar siempre. Siempre nos da la mano y nos levanta. ¿Cómo? Haciendo que tomemos la iniciativa, sin esperar que sea otro el que comience. Y luego, llevando esperanza y alegría a quienes encontremos, no quejas; no envidiando nunca a los demás, ¡nunca! La envidia es la puerta por la que entra el espíritu del mal. El Espíritu Santo te conduce bien, te lleva a alegrarte del éxito de los demás: ‘Qué bueno que esto salió bien’.
“Además, el Espíritu Santo es concreto, no es idealista; quiere que nos concentremos en el aquí y ahora, porque el sitio donde estamos y el tiempo en que vivimos son los lugares de la gracia. El lugar de la gracia es el lugar concreto hoy, en el aquí y el ahora. ¿Cómo? No son las fantasías que nosotros podemos pensar, es el Espíritu que te lleva siempre a lo concreto.
“El espíritu del mal, en cambio, quiere distraernos del aquí y del ahora, y llevarnos con la cabeza a otra parte. Con frecuencia nos ancla en el pasado, en los remordimientos, en las nostalgias y en aquello que la vida no nos ha dado; o bien nos proyecta hacia el futuro, alimentando temores, miedos, ilusiones y falsas esperanzas.
El Espíritu Santo, en cambio, nos lleva a amar el aquí y el ahora, en concreto, sino la realidad, a la luz del sol, en la transparencia y la sencillez. ¡Qué diferencia con el maligno, que fomenta las cosas dichas a las espaldas, las habladurías y los chismorreos! El chisme es un hábito malo que destruye la identidad de las personas.
“El Espíritu enseña a la Iglesia cómo caminar. El Espíritu mundano, en cambio, nos presiona para que sólo nos concentremos en nuestros problemas, en nuestros intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias nacionales y de grupo.
El Espíritu Santo no. Él nos invita a olvidarnos de nosotros mismos y a abrirnos a todos. Nos libera de obsesionarnos con las urgencias, y nos invita a recorrer caminos antiguos y siempre nuevos, los del testimonio, los de la pobreza y los de la misión, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo”.
Hasta aquí las palabras del Papa. Un reto para nuestros días en el que, como siempre, usted tiene la última palabra.
padreleonardo@hotmail.com