PASADIZO SECRETO

¡Vámonos a las luchas (de aniversario de Nuevo Laredo)!

Escrito en OPINIÓN el

Lo que siempre se veía como un espectáculo para “grandes”, poco a poco ese
entretenimiento se fue convirtiendo en algo especial también para niños y niñas de esta frontera, por esto, y al saberse de una función en la que se iban a presentar esos personajes enmascarados, provocaba a estos chiquillos el gritar de emoción: ¡Vámonos a las luchas!
Así, las más recientes generaciones de niños y niñas y ante la aparición de infinidad de luchadores con vistosos trajes y capas multicolores, daba ese giro, aperturando e inevitablemente la presencia en las arenas de la niñez neolaredense.
Entonces y ante tanta demanda, surgieron gradualmente espacios para ver dicho espectáculo por todos los puntos cardinales de Nuevo Laredo; sin embargo, las más emblemáticas y de grandes recuerdos fueron entre muchas otras, la Plaza de Toros Nuevo Laredo, la Cuatro Caminos y la Arena Nuevo Laredo, ubicada ahí por la Héroe de Nacataz.
Lugares que eran frecuentados por personajes luchísticos de fama nacional como el mismo Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, Ángel Blanco, Dr. Wagner, Dorrel Dixon, la Tonina Jackson, Mano Negra, Huracán Ramírez, Espectro, entre muchos y muchos más.
Pero lo emocionante era ver por igual a los luchadores locales, éstos por ser de la ciudadanía muy conocidos, así hacía su aparición entre otros el Carnicero Aguilar, Paco El Elegante, Polo Viera, Apolo Estrada, Lemus, Flecha Verde, José Lotario, El Guerrero Azteca y sin faltar el sanguinario Sangre Chicana.
Los neolaredenses como público no se quedaban atrás, gritando, sacando a pulmón abierto sus emociones, sus tensiones laborales, entonces, se burlaban de los luchadores locales, diciéndoles que se quitaran la máscara al cabo que ya sabían quién era, que afuera estaba su carro de elotes, o que era el aguafresquero, cartero, el velador, carpintero o ese albañil que vivía por el barrio.
Cierto es que lo difícil para los niños que querían acudir a las luchas, era no cómo conseguir el permiso de sus padres, sino el dinero para pagar la entrada, en consecuencia, se ponían a hacer mandados a los vecinos, completaban la entrada vendiendo periódico, estacionaban carros de los gringos por la Guerrero a cambio de una peseta.
Para después el día de la función ahí se formaban, compraban su boleto, dos bolsitas de semillitas y muy gustosos ingresaban, pero el coraje llegaba al ver a sus amiguitos ya adentro, pues no se acordaban que ese día los niños entraban gratis acompañados de un adulto.
Este es un recuerdo vivo de Nuevo Laredo.