COMPARTIENDO OPINIONES

‘Y ahora, ¿quién podrá defenderme?’

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El huracán Ágata causó fuertes estragos en los municipios costeños de Oaxaca. Tal situación hizo que los obispos del país hicieran un llamado a la solidaridad, y, en todas las parroquias, se realizaran colectas para ayudarlos.
Por otro lado, el desafío que ha sido la presencia de los haitianos entre nosotros, ha movido a muchas personas a mostrar lo mejor de sí mismos, y, las muestras de solidaridad no han faltado hacia ellos.
Sin embargo, hay que ir más lejos de esto. Porque no basta ayudar a los pobres, sino tener un compromiso con ellos. Ayudar a los pobres como una estrategia política o para tranquilizar mi conciencia, es una manera de utilizarlos: se trata de promoverlos. Todos somos testigos de que hay ayudas que, lejos de ayudar a los pobres, los embrutecen, haciéndolos dependientes de la “generosidad” del donante, fomentando su pereza.
El Papa, en su mensaje de la jornada mundial de los pobres, escribió lo siguiente:
“Frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie. A veces, en cambio, puede prevalecer una forma de relajación, lo que conduce a comportamientos incoherentes, como la indiferencia hacia los pobres. Sucede también que algunos cristianos, por un excesivo apego al dinero, se empantanan en el mal uso de los bienes y del patrimonio. Son situaciones que manifiestan una fe débil y una esperanza endeble y miope.
Sabemos que el problema no es el dinero en sí, porque forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. Más bien, lo que debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para nosotros: no puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal. Tal apego impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo ver las necesidades de los demás. Nada más dañino le acontece a un cristiano y a una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza, que termina encadenando a una visión de la vida efímera y fracasada.
Por lo tanto, no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, como suele suceder; es necesario, en cambio, hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído. Por eso, “nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”. Es urgente encontrar nuevos caminos que puedan ir más allá del marco de aquellas políticas sociales “concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos”. En cambio, es necesario tender a asumir la actitud del apóstol que podía escribir a los corintios: “No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en la abundancia, sino de que haya igualdad”.
Hasta aquí lo que dice el Papa. No se puede negar que en todos los partidos políticos se han aprobado cuantiosas inversiones a favor de los pobres… que no los han ayudado a salir de la pobreza, o de un paternalismo que los paraliza de toda iniciativa hacia la superación. A nuestra ayuda, debemos de sumar inteligencia y, sobre todo, que nadie haga  por nosotros lo que nosotros podemos hacer. Seamos responsables de nuestra vida. No hay nada más lamentable que una persona adulta, con una conducta infantil, que culpa a otros de sus propios errores y malas decisiones. Seamos solidarios… pero sin perder la inteligencia… y que los pobres también asuman sus compromisos.  Pero en ello, como siempre, usted tiene la última palabra.
padreleonardo@hotmail.com