PASADIZO SECRETO

¡Amá! ¡Amá!... Ya llegó el del teléfono (de aniversario de Nuevo Laredo)

Escrito en OPINIÓN el

La familia estaba ya nerviosa, pues el elegante empleado de aquella oficina le aseguró que ese era el día. El silencio y preocupación en ocasiones se hacían más grandes, pero de pronto el ladrido de los perros era la señal perfecta, aviso que se acompañaba de la gritería de los chiquillos: ¡Amá! ¡Amá!... Ya llegó el del teléfono.
Recordar que por esas épocas las colonias de Nuevo Laredo apenas se estaban formando, las familias de aquí veían instalarse a las de allá, unos llegaban con nada, pero aquí poco a poco se disfrutaba de todo.
La pregunta de aquel personaje era directa: “Señora, ¿en dónde quiere que instale el teléfono?”, ante ese inusual cuestionamiento, la preocupada madre acudía con la hija mayor y ésta de una manera discreta y en voz baja le susurraba: “Dijo papá que en la sala”.
Ya por la tarde cuando llegaba el “viejo”, todos corrían a decirle: ¡Apá! ¡Apá!.. Ya tenemos teléfono, y el señor incrédulo todavía cuestionaba a la señora: “Vieja, ¿es cierto eso?”.
Después, ya más tranquilos era la oportunidad perfecta para hacer una primera llamada, para lo mismo todos se sentaban en el piso y al frente para no dejar de ver ese curioso aparato, siendo el papá, como jefe de la casa, el que inauguraría, por decir así, el nuevo teléfono del hogar.
“Ándale ‘viejo’ tú que ya sabes usarlo, pues es como el que tienes en tu trabajo, ¡yo no!, no se vaya a descomponer”, y dando pasos hacia atrás se alejaba la temerosa madre.
Luego el padre tomaba con mucho cuidado el auricular y giraba con el dedo ese disco con orificios el cero, después de un breve silencio, le contestaba una amable operadora que le preguntaba: “¿Buenas noches a qué número desea hablar?”, número que después de dictárselo tardaba otro buen tiempo para ser enlazada su llamada.
Al contestar el hermano de Puebla a éste la operadora le preguntaba, tiene una llamada de larga distancia, ¿la acepta?, después de eso ya contestaba diciendo y fuertemente: “¡Bueno! ¡Quién habla!”, y le respondía, pues tu hermano el de Laredo, pero habla más fuerte que no te escucho nada.
No se puede dejar a un lado el recuerdo por igual de esas casetas telefónicas, las que escasas se colocaban en las principales esquinas o a las afueras de oficinas públicas de Nuevo Laredo.
Ésas las que por igual guardan muchas anécdotas, como cuando aquel joven noviero charlaba y charlaba y tenía la fila de hasta cinco o más personas esperándolo, o el recuerdo de aquel preocupado señor que en la misma fila preguntaba: “¿Oiga no tendrá una monedita que me cambie para el teléfono? Este es un recuerdo vivo de Nuevo Laredo.