COMPARTIENDO OPINIONES

Jagermeister

Escrito en OPINIÓN el

Una bebida alcohólica de 35 grados de alcohol, cuya botella de un litro se vende en Sudáfrica por alrededor de 200 pesos. Pues bien, en Mashamba, un poblado de ese país, se organizó un concurso, en el que ganaría la persona que consumiera más rápido una botella de este licor. ¿El premio? ¡El equivalente a 200 pesos! El ganador fue un joven de 23 años, quien consumió la bebida en dos minutos, ante el apoyo de algunas personas que no perdían detalle de su “pericia”. No tuvo tiempo de disfrutar su premio, ya que poco después, convulsionó a consecuencia de la ingesta de esta bebida y murió.
No es la primera ocasión en que una persona muere por un concurso semejante… y, por lo que veo, tampoco será la última vez en que esto ocurra.
Esta noticia que apareció la semana pasada en El Mañana, me ponía a pensar sobre la conducta de muchos de nosotros, que somos capaces de exponer nuestra vida… o nuestra dignidad.
En cierta forma, no somos muy distintos a este joven. ¡Cuántas veces “bebemos” un tipo de licor llamado críticas, pesimismo, superficialidad, sabiendo las consecuencias que estos provocarán en nuestro ánimo o en nuestras decisiones! ¿Por quién nos dejamos animar para hacer o no hacer?
Probablemente, uno de esos “venenos” que más nos ha afectado, es el de la indiferencia, que nos tiene como aturdidos y adormecidos ante lo que pasa a nuestro alrededor. Nos hace adoptar un tipo de conducta que describe el Papa en su mensaje por la paz del 2016:
“La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad, pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo.
“Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario. Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativiza la gravedad de los problemas.
“Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una ‘educación’ que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes.
“La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete.
“Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien.
“Al vivir en una casa común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud. La contaminación de las aguas y del aire, la explotación indiscriminada de los bosques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia del hombre respecto a los demás, porque todo está relacionado. Como también el comportamiento del hombre con los animales influye sobre sus relaciones con los demás, por no hablar de quien se permite hacer en otra parte aquello que no osa hacer en su propia casa.
“En estos y en otros casos, la indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.
“Cuando afecta al plano institucional, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad, a sus derechos fundamentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a la ganancia y al hedonismo, favorece, y a veces justifica, actuaciones y políticas que terminan por constituir amenazas a la paz. Dicha actitud de indiferencia puede llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, provocadoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hombres tengan como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos elementales, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos por la fuerza.
“Además, la indiferencia respecto al ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambiente de vida, forzándolas a la precariedad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas, nuevas situaciones de injusticia de consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social. ¿Cuántas guerras ha habido y cuántas se combatirán aún a causa de la falta de recursos o para satisfacer a la insaciable demanda de recursos naturales?”.
No es fácil resistirse contra la indiferencia. Pero en ello, como siempre, tiene la última palabra.
padreleonardo@hotmail.com