DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Don Augurio Malsinado

Escrito en OPINIÓN el

“Yo sé quién es usted. Usted no sabe quién soy yo, pero aunque no me vea de uniforme, soy general igual que usted. Lo oí hablar mal del señor Presidente y no hice nada porque cada quien tiene derecho a sus opiniones, pero luego empezó usted a injuriar a su esposa y eso no se lo voy a permitir. En mi presencia nadie insulta a una mujer decente y menos si es la Primera Dama. Pídale usted una pistola a uno de los matones que lo acompañan, y que otro me preste la suya a mí, y vamos afuera a arreglar esta cuestión”. El ofensivo tipo farfulló unas palabras de disculpa y salió escurrido con sus acompañantes del restorán donde la acción tuvo lugar. El insolente sujeto era Gonzalo N. Santos, llamado “El alazán tostado”, cacique en aquel tiempo de San Luis Potosí. Quien lo retó era el general Antonio Cárdenas Rodríguez, coahuilense que comandó el Escuadrón 201, de aviadores, aportación de México a la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial. Del tiranuelo potosino quedó una frase cínica que se repite mucho, pues cada día la política a la mexicana da algún motivo para repetirla: “La moral es un árbol que da moras”… Cierto agente de Hollywood le dijo a su representado, un escritor de guiones para el cine: “Te tengo dos noticias, una buena y una mala. La buena es que la Columbia materialmente devoró tu guión. La mala es que la Columbia es una chiva que tengo en la casa de campo a donde voy a leer los guiones”… Mucha gente cree en el destino, en un hado ineluctable contra el cual no se puede luchar. Un refrán campirano describe eso: “Hasta los palos del monte tienen su destinación. Unos nacen pa' hacer santos. y otros para hacer carbón”. A don Augurio Malsinado lo perseguía de continuo un sino adverso que lo llevaba, por ejemplo, a pisar cacas de perro o a tener que oír por fuerza a el vecino de al lado cantar a todo volumen mientras se estaba bañando. En lo que a mí se refiere mi destino fue no creer en el destino. Aunque... Pero he perdido el hilo del relato. Lo retomo. Don Augurio les contó con voz apesarada a sus amigos: “Conocí a una señora muy guapa. Me dijo: ‘Ve a mi casa a las 9 de la noche. No habrá nadie’. Y me dio su dirección. Fui. Y en efecto, no había nadie”... “Me gustan los autos convertibles -decía la linda Daisy Mae-. Te dan mucho más espacio para subir las piernas”. (No le entendí)...  El marido le dijo a su esposa: “Comemos y luego vamos a comprar tu aparato”. “Está bien -aceptó la señora-. Te espero en la recámara”. Repitió el marido alzando la voz: “Te digo que comemos, co-me-mos, y luego vamos a comprar tu aparato para la sordera”... Un individuo joven y que se veía en buen estado de salud se dirigió a doña Panoplia: “Tengo hambre, señora. Deme una limosna”. Le dijo ella, irritada: “Trabaje”. “¡Uy no! -se asustó el sujeto-. Luego me da más hambre”... En el Bar Ahúnda un solitario parroquiano le contó al cantinero: “He tenido muy mala suerte con las mujeres. La primera a la que le propuse matrimonio me dijo que no, y la segunda, mi actual esposa, me dijo que sí”... Don Poseidón, granjero acomodado, era dueño de una mula torda que quería vender. Se la compró un vecino suyo, norteamericano, pero cuando intentó llevársela el animal se negó a salir del corral. “¡Holofernes! -llamó don Poseidón a su mujer. Acudió la señora, y su esposo le pidió: “Tráeme uno de esos chiles habaneros que estás asando en el comal”. Se lo trajo ella y regresó a su cocina. Don Poseidón, entonces, le introdujo a la mula el habanero en salva sea la parte. Con el ardimiento que eso le produjo la retobada acémila salió del corral a todo escape. “Gee! -exclamó consternado el norteamericano (ellos no pueden decir ‘Jesús’)-. ¿Y ahora cómo alcanzar yo a la mula?”. Llamó don Poseidón: “¡Holofernes!”... FIN.