ANÁLISIS

A 175 años del tratado de Guadalupe-Hidalgo

Escrito en OPINIÓN el

La tarde del 2 de febrero de 1848 en la villa de Guadalupe-Hidalgo los representantes del gobierno mexicano, José Bernardo Couto, Luis G. Cuevas y Miguel Atristán, firmaron con el Sr. Nicolás Trist, representante de Estados Unidos, el tratado de paz que puso fin al estado de guerra entre ambos países. El precio pagado por México para concluir la invasión de las tropas estadounidenses que ocupaban su capital, sus puertos y sus ciudades, fue la cesión de más de la mitad de su territorio.

Este episodio es, sin la menor duda, la mayor tragedia que ha vivido México a lo largo de su historia. A 175 años de distancia, vale la pena recordar las razones por las cuales el ejército invasor ocupó sin grandes problemas la capital mexicana.

Los norteamericanos salieron victoriosos de su guerra de conquista, no porque fueran mejores que los mexicanos, sino porque tenían un ejército mejor entrenado, más disciplinado y mucho mejor armado. Además, estaba respaldado por la poderosa economía de un país en expansión que contaba con cientos de miles de pequeños propietarios que conformaban una gran base tributaria para un Departamento del Tesoro muy fuerte. En cambio, la Hacienda mexicana estaba en bancarrota y endeudada con el exterior dado que sólo un 5% de los mexicanos pagaban impuestos.

Mientras Estados Unidos con una población de 22 millones de habitantes se había consolidado como modelo de república democrática con un sistema político de tres poderes, los 36 años de vida independiente de México habían sido de continuos enfrentamientos y de cambios violentos de gobierno, sin un Estado consolidado y sin un proyecto de Nación donde cupieran todos los mexicanos independientemente de sus ideologías y de su origen étnico.

Con una población de 7 millones de personas de los cuales 5 millones eran indios, México tampoco había logrado consolidar una conciencia de Nación. Fue quizá por ello que Mariano Otero escribió que los indígenas habían contemplado la invasión norteamericana con la misma indiferencia con que anteriormente observaron la invasión de las tropas españolas.

Las divisiones internas impidieron que el ejército se concentrara en enfrentar a los invasores. En la principal batalla librada en la Angostura (entre San Luis y Saltillo) los días 22 y 23 de febrero de 1847, el general Antonio López de Santa Anna enfrentó al ejército comandado por el general Taylor, al que superaba en hombres, pero frente al que era muy inferior en armamento, especialmente en cañones de mayor alcance. Apenas culminada la batalla, en lugar de reagruparse para un nuevo enfrentamiento con los invasores, el general López de Santana debió regresar a la Ciudad de México para hacerle frente a una revuelta interna conocida como la Rebelión de los Polkos, dejando al general Taylor el camino despejado para avanzar hacia la capital del país.

La desigualdad del armamento se vio también en la batalla de Churubusco donde el general Pedro María Anaya ya sin municiones se vio forzado a rendir la plaza ante las fuerzas comandadas por el general David Emmanuel Twiggs, a quien a su petición de entrega de armas y parque respondió: “Si hubiera parque no estaría usted aquí”.

Pero también hubo divisiones e indisciplinas durante la efímera defensa de la Ciudad de México. Roa Bárcena documentó la historia de batallas que debieron ganarse como la de Padierna o la de Molino del Rey. En su relato, destaca que esas batallas se perdieron por falta de recursos y por diferencias en los mandos militares.

Ante la ocupación extranjera del país, el caos y la desintegración social se profundizaron. A pesar de las diferencias existentes entre quienes optaron por negociar la paz y quienes se oponían a ello, el presidente interino Manuel de la Peña y Peña, optó por aceptar un tratado de paz que implicaba la amputación de más de la mitad de nuestro territorio, consciente de la desintegración social y de las ambiciones del presidente norteamericano Polk, quien deseaba conseguir una mayor cesión del territorio.

Fue precisamente por ello que al enviar el tratado a la ratificación del Congreso reunido en Querétaro, el presidente De la Peña y Peña señaló tajante: “Los territorios que se han cedido por el tratado no se pierden por la suma de quince millones de pesos, sino por recobrar nuestros puertos y ciudades invadidas; por la cesación definitiva de toda clase de males de todo género de horrores; por consolar a multitud de familias, que, abandonando sus casas y giros, están ya sufriendo, o expuestas a sufrir la mendicidad; y, en fin, por aprovechar la ocasión que nos presenta la Providencia de organizar regularmente un pueblo que no ha cesado de sufrir durante el largo periodo de treinta y siete años”.

Los invasores norteamericanos ganaron la guerra porque su poder económico, militar y político era muy superior al mexicano; porque habían planeado la invasión con mucho tiempo y se habían preparado para ello, pero sobre todo porque atacaron a un país débil, dividido ideológicamente y desorganizado, carente de recursos para hacerles frente. A 175 años de distancia, los norteamericanos no son mejores que los mexicanos, pero sí tienen una democracia más fuerte sustentada en sólidas instituciones, las que facilitan el emprendimiento y la prosperidad de personas con iniciativa y ganas de triunfar. Por eso muchos mexicanos se han vuelto exitosos en Estados Unidos.

El canje de ratificaciones del Tratado de Guadalupe Hidalgo se realizó en la ciudad de Querétaro el 30 de mayo de 1848. Diez y seis días después de esa fecha en que México perdió el 55% de su territorio, el 15 de junio de 1848 un grupo de mexicanos que habían vivido en la ciudad de Laredo y que fueron cruzados por la frontera, desenterraron a sus muertos y cruzaron el río Bravo para fundar en su ribera del sur la ciudad de Nuevo Laredo y seguir siendo mexicanos.

* Cónsul General de México en Laredo, Texas.