“En lo que está muy interesado el gobierno de los Estados Unidos es en disminuir el déficit con México. Desde hace tiempo, nosotros hemos estado buscando la manera, en toda la economía, de cómo poder comprar más a los Estados Unidos y nosotros, es decir, tener más comercio del que tenemos ambas partes”, dijo Claudia Sheinbaum, presidenta de México, después de tener una conversación telefónica con Donald Trump el pasado jueves. México, en 2024, registró un superávit comercial con Estados Unidos, su principal socio comercial, de 172 mil millones de dólares.
La cuestión es que Trump ve el déficit comercial de Estados Unidos con México como un síntoma de desventaja económica y de debilidad. En su visión de “América Primero”, las importaciones excesivas equivalen a una fuga de riqueza, y por ello busca reducir ese déficit. Por ejemplo, presionó para terminar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte al calificarlo como el peor tratado negociado por los Estados Unidos, culpando a México de haber abusado de los estadounidenses, señalando que el TLCAN había sido perjudicial para sus trabajadores y responsabilizando a nuestro país por el gran déficit comercial. En 2016, el año previo a la presidencia de Trump, Estados Unidos tuvo un déficit comercial de aproximadamente 63.2 mil millones de dólares con México.
Para Trump, cualquier país que exporte mucho a Estados Unidos sin comprar tanto a cambio (como México, China o Alemania) merece ser “castigado” con aranceles elevados. Su inquietud proviene de un enfoque proteccionista: exportar es bueno, importar es malo, y el déficit es señal de que Estados Unidos “pierde” negocios y empleos. Por ello, usa los aranceles como principal herramienta de política comercial, con objetivos clásicos de guerra comercial: proteger industrias locales, fomentar el empleo nacional y reducir déficits comerciales.
Así, justifica estas medidas en nombre de la seguridad nacional o la lucha contra el contrabando de drogas, pero lo que persigue es fortalecer la producción interna y atraer inversiones a Estados Unidos. De hecho, su asesor Peter Navarro resumía esto diciendo que por “razones económicas y de seguridad” es crucial reequilibrar el comercio estadounidense.
Sin embargo, las opciones son limitadas: los aranceles fuertes suelen generar represalias y encarecer productos clave para el consumidor. Incluso organizaciones como la Cámara de Comercio de los Estados Unidos han pedido alivios arancelarios para evitar daños a las pequeñas empresas. En la práctica, además de los aranceles, las demás medidas como usar políticas fiscales (créditos a la inversión industrial) o regulación, toman tiempo y pueden implicar costos internos. Es decir, ir en contra de la popularidad de Trump y quedar cortos en las acciones dentro de su presidencia.
El déficit comercial con nuestro país tiene causas profundas. En primer lugar, las economías son muy desiguales: el PIB de Estados Unidos ($27?billones aproximadamente) es unas 15 veces mayor que el de México ($1,8?billones). Esto significa que Estados Unidos es un enorme mercado consumidor que requiere importar mucho, mientras que la demanda en México es proporcionalmente menor.
Además, México se especializa en manufacturas de alta demanda en Estados Unidos (sector automotriz, electrónica, textiles), aprovechando costos laborales más bajos. Un dato revelador: casi el 40% del valor de lo que México exporta a nuestro país vecino proviene de insumos fabricados en Estados Unidos. Es decir, gran parte de los productos mexicanos contienen componentes estadounidenses. Por ejemplo, la industria automotriz mexicana exporta alrededor de $182 mil millones en vehículos y partes a Estados Unidos, mientras que ellos nos venden solo $43 mil millones de autos. En ese sector las piezas pueden cruzar la frontera varias veces antes de armarse, reflejando cadenas de valor altamente fusionadas.
En ese contexto, el déficit comercial refleja más una integración productiva que una dependencia unilateral. El intercambio con México ha fortalecido industrias de ambos lados: las exportaciones mexicanas sostienen empleos de fábrica en Estados Unidos y viceversa. Por ello, son muchos los economistas que advierten que el déficit persistirá mientras existan esas diferencias estructurales de tamaño de mercado y ventajas comparativas.
Trump debería entender que el déficit comercial con México no es sinónimo de debilidad ni dependencia, sino de integración de la zona T-MEC, que nos permite competir como región contra otras potencias comerciales que tienen intereses geopolíticos distintos a los de Estados Unidos. Es una carta a favor de nuestro país que estoy seguro, nuestra presidenta se guardará para las negociaciones.