He imaginado que a fin de cuentas el posadero abrió a los peregrinos la puerta del mesón.
Entraron ellos, felices de encontrar morada donde María pudiera dar a luz, pero encontraron que en aquella casa había rencillas, envidias por cosas materiales, rencores, desamor…
Entonces José le habría dicho a su esposa con tristeza:
– Mejor vámonos al portal.
Si llamaran a mi puerta aquellos que en su pobreza llevaban tanta riqueza ¿podría yo recibirlos? Seguramente verían lo que soy y se alejarían en busca de otro corazón donde posar.
He de limpiar mi casa de ruindades; he de poner en ella bien y amor.
Si no lo hago no mereceré que los peregrinos lleguen a mí.
No mereceré la Navidad.
¡Hasta mañana!…