En la posguerra estadounidense, la fascinación por la ciencia y la energía nuclear alcanzó niveles tan elevados que incluso las estrategias de mercadotecnia infantil se impregnaron de esa fiebre por este tipo de energía, como el caso de un anillo atómico que tuvo gran popularidad.
Se trata de una curiosa “joya científica” que mezclaba el furor por los superhéroes con el brillo de la radiactividad.
El anillo atómico con polonio-210
Distribuido por la marca de cereales Kix en 1947 a cambio de una caja del producto y 15 centavos, el anillo consistía en una cápsula plástica que escondía una diminuta pantalla recubierta de sulfuro de zinc.
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Dentro, una pequeña cantidad de polonio-210 emitía partículas alfa que, al chocar con esa superficie, producían destellos que podían observarse en la oscuridad a través de una lente. La experiencia era presentada como un espectáculo de ciencia en miniatura: “energía liberada por los átomos”, decían las instrucciones.
Lo que no se mencionaba con el mismo entusiasmo era que el polonio-210 es un isótopo sumamente tóxico si se ingiere o inhala, incluso en cantidades diminutas.
Aunque las emisiones alfa no atraviesan la piel, el riesgo de contaminación interna era real, especialmente en un producto pensado para el uso lúdico de menores de edad.
La promoción fue anunciada como completamente segura y garantizada, reflejando el optimismo, y la ingenuidad, de una era en la que la energía atómica era vista casi exclusivamente como símbolo de progreso y maravilla tecnológica. Los padres, confiando en las marcas y en el relato dominante de la época, no veían problema alguno.
Hoy, el anillo atómico es una reliquia de museo, un objeto que resume una época en que la fascinación por lo nuclear superó la de protección de los niños.